Manos que bordan

La necesidad de soltar el celular para reivindicar el trabajo manual ha llevado a que los talleres de bordados se multipliquen. La aguja y el hilo han dejado de ser simples instrumentos de labor doméstica para convertirse en medios para el lenguaje y la expresión artística.

Por Diana Franco Ortega/ @dianafortega

28 de enero de 2019

Fotos: Daniel Álvarez.

Fotos: Daniel Álvarez.

Fotografía por: DANIEL ALVAREZ

Para cualquiera que lo haya experimentado alguna vez, bordar siempre traslada el pensamiento a otros lugares que trascienden lo técnico y lo material. Más allá de la concentración que requiere sujetar entre dos dedos una aguja, la cabeza se divide en una suerte de dos planos que trabajan en simultáneo: por un lado, el proceso técnico y, por el otro, la reflexión. A medida que la aguja sube y baja del derecho y el revés del soporte, aparecen preguntas. Hay gente que no da puntada sin hilo, dicen. Yo pienso que no hay puntada sin una cabeza que reflexione.

(Fragmento de ‘Este libro es mi bordado’, de la artista argentina Aldana Tellechea).

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Ninguna se había conocido, pero todas tenían una amiga en común: Carolina. Hace varias semanas venía siguiendo Manos que bordan, su cuenta en Instagram. Estaba antojada por tomar uno de sus talleres de bordado, pero no había dado el paso, quizá por mi dificultad para concretar planes que me saquen de mi zona de confort, quizá por miedo, pues, desde las aburridoras clases de manualidades a las que tenía que asistir en el colegio los sábados, no cogía una aguja más que para pegar un botón o reforzar el dobladillo de un  pantalón —labores de supervivencia que me enseñó mi abuela antes de salir de casa—. 

Lo decidí. Hace unos días llamé a Carolina, porque quería escribir sobre mujeres bordadoras. Le pregunté cuándo iba a ser su próximo taller, respondió que el 26 de enero. Como la fecha era posterior al cierre de esta edición, le propuse que invitara a su taller a cinco amigas suyas para una tarde de bordado y, de paso, me enseñara algunas puntadas. 

Y ahí estábamos, en plan de viernes por la tarde, Karla, Luisa, Mafe, Laura, Nancy, Carolina y yo. 

Fui la última en llegar, me sobrecogió la camaradería que encontré entre ellas. Su trato era de amigas de toda la vida. El termo con té caliente pasaba de unas manos a otras y las galletas bañadas de chocolate iban y venían entre hilos y tijeras. Carolina me sentó frente a un tambor sujetado por un bastidor de madera hecho por su mamá. En el liencillo había trazado algunos patrones: líneas horizontales conformadas por puntos y la forma de un triángulo y un corazón: las guías para las puntadas que me iba a enseñar. Me pidió que escogiera un hilo del ‘cementerio de los hilos’ —como llama a un tarro con retazos del material—. Tomé uno de color azul, humedecí la punta con saliva y lo enhebré. La primera puntada fue el hilván: raya-espacio, raya-espacio. Mi atención se dividió entre terminar el primer ejercicio y seguir la conversación.

—¿Fuiste al taller de Gimena Romero?

—¡Yo tengo el libro! 

—Ella está dando talleres en Doméstica.

—Gimena Romero es una bordadora mexicana muy reconocida —me explicó Carolina, en voz baja. 

Las mujeres comenzaron a hablar de tipos de puntadas, de sus bordadoras favoritas, de cuentas de Instagram y libros dedicados al tema, de sus lugares predilectos para comprar hilos, de las increíbles tiendas con las que se habían topado en México, Chile y Estados Unidos. Para ser personas que solo habían interactuado a través de una red social, el tema de conversación nunca se estancó. Fluía, yo las escuchaba mientras repetía mentalmente, con la mirada clavada en el tambor, “raya-espacio, raya-espacio”.

***

Luisa: Supe lo que era el bordado porque estudié en un colegio de monjas. Pero era muy rebelde y odiaba lo que tenía que ver con eso. No lo aproveché. Cuando me gradué como abogada, hace dos años, comencé a ir a cursos. Me gusta ir a distintos talleres, pese a que ya sé bordar, porque creo que con cada persona puedo aprender algo nuevo. Todo el mundo tiene estilos distintos y me gusta captar un poquito de cada uno. 

Karla: Yo, en cambio, llevo menos bordando. Empecé hace un poco más de seis meses. Todavía estoy aprendiendo y me gusta porque me he interesado por lo que es manual y visual. 

Mafe: Uno siempre conoce personas a las que también les interesa esto. Antes yo, por ejemplo, no era de muchas amigas. Mi parche siempre era solo de hombres. Esta actividad me ha acercado a las mujeres y me ha permitido confiar otra vez en ellas. Me parece increíble que nos podamos sentar juntas y crear un montón de cosas. 

Laura: Nunca lo había visto de esa forma. Comencé hace tres años porque veía bordados que me encantaban y pensaba en que no tenía que comprarlos porque era capaz de hacerlos. Pregunté, investigué y aprendí. Para mí ha significado conectarme con nuestros ancestros, con su sabiduría, con su forma de expresión.  Lo que tú dices, Mafe, es cierto. Yo tampoco soy de muchas amigas, pero siento que a las mujeres que bordamos nos une algo muy fuerte. No nos fijamos en si alguien me cayó mal o no. Nos fijamos en los que nos une, en las razones que nos llevó a hacer esto y a crear nuestros propios estilos al bordar. 

Carolina:  Y lo lindo es que cada una de nosotras tenemos nuestro universo y eso es lo que nos hace auténticas. No estamos pensando en rivalidades, ni en estar robando la idea de la otra.

Mafe: Cuando di mi primer taller, confieso que tenía miedo. Yo pensaba: si le enseño a otra persona, va a terminar haciendo lo mismo que hago. Chocaba un montón con eso. Luego aprendí que una cosa es la técnica y otra el estilo. Cada quien se proyecta a través de sus puntadas de diferentes formas. 

Luisa: Es que cada puntada tiene un pedazo de uno… 

Nancy: He querido comenzar a dar talleres, pero es algo que me cuesta. Aprendí  a bordar por Internet, con tutoriales. No es fácil porque me tengo que devolver mil veces para entender lo que se está explicando. Al principio hacía muñecos, hasta que descubrí los tambores. Pero casi todo lo que hacía lo regalaba a mis amigos. Nunca se me ocurrió vender o enseñar. Mi hermano es el que me ha insistido en que tengo que vender lo que hago y darme a conocer.

Karla: Cuando mis amigos vieron el mi primer bordado, me empezaron a pedir que les enseñara, o que les bordara chaquetas, gorras, cualquier cosa. Yo nunca lo he hecho, pero me gustaría hacerlo. 

Mafe: Un tío me dijo “ustedes, tirándose los ojos tan jóvenes”.  Yo le pregunté “¿y usted no será que también se los tira frente al celular todo el día?”.

Laura: ¡En cambio yo tengo algunos amigos que me dicen que parezco una abuela! Pero mi novio sí me ha dicho que quiere aprender. Un día estábamos los dos bordando, cuando llegó un amigo suyo. Pensé que la reacción de él iba a ser soltar el tambor y el hilo, por pena, pero fue lo contrario. Le mostró lo que estaba haciendo y le dijo que yo le podía enseñar a él también, si quería. Eso me demuestra que el acto de bordar también puede romper estereotipos, que es para todos. 

Además del hilván, Carolina me enseñó otros tres tipos de puntadas: punto atrás, tallo y punto al pasado. Mientras las otras chicas trabajaron en diseños más avanzados, en secreto, me sentí orgullosa de mis tres rayas. Mi abuela también lo estaría. 

***

Los dos proyectos de vida de Carolina Pérez son la fotografía y el bordado. De este último nació Manos que bordan, una comunidad que cuenta con 1.657 seguidores en Instagram. Gracias al grupo, Carolina ha descubierto que la enseñanza del bordado no solo es una pasión, sino una labor necesaria. “Me parece increíble estar pendiente de los procesos de las personas, hablar, escuchar sus historias y dejar de lado el miedo a compartir este conocimiento que, si no lo transmitimos se puede perder fácilmente”. 

—¿Qué encuentran las personas que van a un taller de bordado por primera vez?

—A pesar de ser una actividad grupal, la interacción más grande la tienes con tu bordado. Al final de cada clase, siempre llegamos a una conclusión: funciona como forma de meditación, funciona como forma de salirse de lo cotidiano. Te desahogas.

—¿A qué se debe la proliferación de talleres de bordado?

—La gente está buscando hacer más cosas con sus manos, cosas diferentes a vivir con un celular la mayor parte del tiempo; salir de las rutinas que las llevan del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Quieren dejar de lado la tecnología que las tiene tan absortos y volver a lo análogo. Para mí, bordar es terapéutico.  

—¿Por lo general, vienen  mujeres?

—En los dos años en los que he dado talleres, han asistido un máximo de cinco hombres. Vinieron a acompañar a sus chicas, en una especie de plan en pareja, que me resulta muy interesante. Para mi próximo taller van a ir dos chicos y eso me alegra muchísimo. 

—¿Bordar puede llegar a ser un acto político?

—Ya lo es y en Colombia hay dos casos hermosos con los que colaboro. Uno es El Costurero de la Memoria, un espacio que reúne, todos los jueves, en las tardes, en el Museo de Memoria Histórica, a víctimas y familiares de diversos crímenes de guerra, como el Palacio de Justicia y los falsos positivos. Se reúnen para hacerse escuchar a través de telares gigantes, que luego exponen en lugares públicos. Es una bonita manera de hacer catarsis, porque, mientras van bordando, van contando, van soltando, van sanando. 

El segundo es Fulanas Colectivo, una iniciativa que busca trasformar los espacios públicos con piezas gigantes de crochet. Su objetivo es visibilizar la creatividad femenina y construir plataformas  de reconciliación. De esa manera he vivido lo político y lo público del bordado y el tejido”.  

***

La reunión que convocó Carolina dio rienda suelta para que las chicas propusieran formar una especie de club de bordado, que se reúna en cafés, casas culturales e incluso en lugares públicos, un día a la semana. Cerraron el pacto con fotografías en las que me invitaron a aparecer. —Ahora te toca bordar— me dijo Laura. 

Ganas no me faltaron para asentir. 

Por último, le pregunté que si consideraba el bordado un acto feminista. Después de pensar segundos respondió que no, que es ante todo un acto espiritual. En silencio pensé ¿qué puede ser más feminista que rescatar los saberes de nuestras madres y abuelas para reivindicarlos como fuente ilimitada de creatividad y, por qué no, de placer? Más aun cuando lo que se construye en el camino es una red fraterna de mujeres.

 

Próximos talleres en Manos que bordan:

Microbordado: 15 de febrero.

Bordado básico: 16 de febrero.

 

Cuentas de instagram recomendadas:

Mafe: @mafe.foal

Laura: @_Lauranoesta_

Nancy: @con.tus.manos

Karla: @me.llaman.charlie

Luisa: @luisalula
 

 

Por Diana Franco Ortega/ @dianafortega

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