Las mil caras de la India

Historia, encanto, paisajes. Un país de contrastes.

Por Angélica Lagos / Enviada especial India

03 de marzo de 2010

Las mil caras de la India

Una mujer blanca y de largos cabellos ensortijados y dorados estaba sentada en un banco que rodea los jardines del Taj Mahal, en Agra, contemplando el monumento más grande jamás construido en nombre del amor. Extasiada, sin palabras y rodeada por miles de turistas que a diario llegan para ver una de las siete maravillas del mundo, sintió de repente que una nube de mujeres, niños y hombres indios se le venía encima: le tiraban su espesa melena, la tocaban y se reían. Sachi, un guía local de 25 años, le explicó, momentos más tarde, que es común que los indios (acostumbrados a sus mujeres de cabellos negros y de tez oscura) reaccionen de esta manera ante la presencia de extranjeras. “Les gusta el color blanco de su piel y los cabellos claros y rizados, quieren tocar”, le explicó.

Y es que para los indios el color de piel se convirtió en los últimos años en un tema trascendental. Por eso cada día buscan ser más blancos. Dicen ellos que lo hacen porque se dieron cuenta de que tener la tez oscura les resta posibilidades a la hora de encontrar trabajo y novia. Por eso, cada vez son más los que gastan miles de dólares en productos para blanquearse. En la prensa ya no se aceptan avisos matrimoniales en donde además de anunciar la casta, los ingresos y la religión, no se especifique el tono de la piel del novio y el que desea de su pareja. "¿Y el amor?", pregunta una turista frente al Taj Mahal. Sachi, quien se declara orgulloso de su tono oliváceo (aunque confiesa que preferiría por esposa a una europea muy blanca) se encoge de hombros y dice: "No sé por qué aquí tu pareja la escogen tus padres” , y continúa mostrando el "amor hecho monumento", como él mismo promociona el famoso mausoleo.

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A pesar del destino matrimonial de los jóvenes indios, no hay una sola persona en este país que no sepa de memoria la historia de amor que inspiró el Taj Majal. Niños desde los 8 años hasta ancianos de 70 cuentan que en el año 1612, el rey Shah Janan se enamoró perdidamente de Mumtaz-i Mahal, una joven de 15 años hija de un ministro de la Corte, con quien se casó. La felicidad sólo duró seis años, pues Mahal murió dando a luz a un hijo. Antes de morir el rey prometió a su esposa favorita –tenía otras 20– que le construiría el monumento más grande para demostrarle su inmenso amor. Así comenzó la construcción del Taj Majal, cuya obra demoró 22 años.

No era para menos pues el Rey ordenó reunir las mayores riquezas del mundo en el mausoleo que albergaría para siempre a su amada: el mármol fino y blanco de sus paredes se trajo de las canteras de Jodhpur, el jade y el cristal de la China, las turquesas del Tíbet, miles de piedras de lapislázuli de Afganistán, la crisolita de Egipto, el ágata del Yemen, miles de zafiros de Ceylán, las amatistas de Persia, el coral de Arabia, la malaquita de Rusia, el cuarzo de los Himalayas, los diamantes de Golconda y el ámbar del océano Índico.

El Taj Majal está ubicado en medio de un barrio humilde, con calles destapadas y pantanosas. Hay que esperar. Largas filas de turistas se hacen frente a una inmensa puerta de madera, que cuando se abre deja al descubierto una magnífica vista: el mausoleo en todo su esplendor. De lejos se ve blanco, blanquísimo. Pero en días grises, se torna de este color. El Taj Majal está rodeado por una terraza, un estanque de mármol en el centro y numerosos jardines y fuentes. A él se accede descalzo o con unas babuchas que allí proporcionan. Aunque el interior no es tan deslumbrante, las finas paredes incrustadas con piedras preciosas al dejar filtrar la luz desatan un espectáculo de mil colores.

Hyderabad, la más moderna

No es lo único que sorprende de la India, un país de 1.200 millones de habitantes. Los contrastes están a la orden del día. De Agra, una ciudad detenida en el tiempo, puede pasar a la modernísima Hyderabad, una urbe cosmopolita, llena de modernos edificios y tecnología. Es la segunda Silicon Valley de India luego de Bangalore. Aquí se ubican las empresas indias y del resto del mundo (se calcula que hay 30 extranjeras) líderes en desarrollo de tecnología. Se refleja muy bien el contraste de la India del siglo XXI: las mujeres visten saris (prenda tradicional india, una especie de tela amarrada por todo el cuerpo de colores vivos) pero hablan por celular, estudian y fuman. Pueden relacionarse sin importar las castas (sistema de clases que rige en la India), pero tienen que casarse con uno de su misma "clase social", según cuentan varias jóvenes que caminan por el lugar.

La temperatura llega a los 42 grados y el grupo de jovencitas prefiere no contestar más. Todas sacan su traje de baño y se van a nadar en una hermosa piscina que Infosys, una empresa india líder en desarrollo de software, construyó para el bienestar de sus empleados. Luego almuerzan en cualquiera de los menús que los tres chefs de la empresa tienen dispuestos para todos. Al final del día asisten a la Indian School of Business, una de las más prestigiosas universidades privadas indias, que dicen exporta los mejores empresarios e ingenieros indios a todo el mundo, especialmente a Londres y Estados Unidos.

Hyderabad es también hoy líder en la industria farmacéutica, desarrollando remedios genéricos más baratos y al alcance de todos. Doctor Reddy's, con sede en esta ciudad, es la segunda empresa más importante del país, tiene más de 8.000 empleados y aspira abrir oficinas en diez años en América Latina. Su sueño es ser la primera empresa india que crea un remedio. Para ello, gasta más del 10% de sus ventas en investigación.

Pero mientras se invierten millones en tecnología e investigación, la otra India se hunde en la pobreza. A las afueras de estos complejos empresariales se alzan carpas de plástico azul que inundan las calles más importantes. A lo largo de la carretera que conduce a Pune, la otra ciudad occidentalizada del país, la imagen es recurrente: bajo el inclemente calor, millones de niños y adultos aceptan su destino. "Los indios no sufren por ser pobres, lo aceptan con honor porque seguramente en la próxima reencarnación su destino será mejor", explica Sachi, el guía que estudia además lenguas, literatura e historia en la Universidad pública de Delhi.


Pune, de película

Una vez en Pune, de nuevo el panorama es otro. Al ritmo de Hips don't lie, de Shakira, cientos de jóvenes indios llegan a la discoteca de uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad, Le Meridien. Se quitan el sari para quedar en minifaldas y blusas con escotes. Se toman de las manos con sus novios y hasta los besan. Algo que fuera de este lugar sería castigado, pues en India están censuradas las expresiones de cariño en público. Resulta que los creadores del Kamasutra castigan con severidad un beso o caricia ante la mirada indiscreta del vecino.

Los hombres también son diferentes en Pune: usan jeans y tienen una actitud muy moderna. Son fanáticos del reguetón y lo bailan con propiedad. "La llegada de turistas a Pune cambió el comportamiento de los jóvenes, ahora ellos actúan como si estuvieran en Nueva York o París", explica el portero de la discoteca.

Un ejemplo claro de ello es Milind Damle, un joven cineasta del Instituto de Cine y Televisión de India, ubicado en Pune. Él lejos de admirar a los directores de cine indios, se muere por Oliver Stone y las actrices estadounidenses. Es profesor y director amateur en el Instituto, un lugar fantástico en donde tienen recreados todos los escenarios del mundo, hay réplicas de los monumentos más importantes y además tienen dispuestos cientos de estudios en donde se graban los musicales indios.

Sin embargo, Damle quiere hacer otro tipo de cine. "Más parecido a las películas francesas", explica. Y cree que lo logrará pronto, pues en Bollywood –el Hollywood indio– la producción de cine es sorprendente: según cuentan, producen más de mil películas al año. Estas películas son para consumo interno, aunque ya han comenzado a exportarlas. “¿El cine occidental?, ah, sí se ve, pero editado”, cuenta Damle. El gobierno manda recortar las escenas en donde hay besos, violencia y, por supuesto, sexo.

De regreso al pasado

Al salir de Pune, que tiene uno de los aeropuertos más modernos del país, se llega al aeropuerto internacional Indira Gandhi, en Delhi, uno de los más concurridos y caóticos del mundo. Por entre los counters circulan libremente las vacas –sagradas para los indios pues pueden ser una reencarnación de un dios–. En vez de espantarlas, las cuidan, las alimentan y las pintan.

Desde el terminal aéreo, esta ciudad parece salida de una película de los años 60: el transporte es muy antiguo y las calles angostas y caóticas. Es la vieja Delhi, el lado de la capital más vinculado con las tradiciones indias. Aquí los carros son suplantados por rickshaws –unos triciclos destartalados con capacidad para seis pasajeros pero que llevan hasta 15 personas–, que se retuercen por las polvorientas callejuelas de la ciudad.

El ruido desesperante de los pitos –cada carro lleva un letrero que dice: "Pite, por favor"– parece alterar sólo a los turistas, pues los indios no se sorprenden con nada, ni siquiera con la aparición repentina de un camello o un elefante en medio del tráfico. Las miles de calles de la vieja Delhi son el refugio de cientos de familias pobres que viven en improvisadas carpas. Ropa vieja se ve colgando al aire bajo los calcinantes rayos de sol que, en los mejores días del verano, llegan a 45 grados centígrados. En ocasiones, cuentan, la temperatura alcanza los 50 grados. En la vieja Delhi no hay centros comerciales ni supermercados. Quien quiera comprar deberá perderse en los cientos de mercaditos que inundan la ciudad.

En la India se hablan 18 lenguas principales y cerca de 1.650 dialectos. Pero en Delhi siempre encontrará alguien que hable inglés. Herencia británica de la época colonial. Como también lo es la parte más moderna de la capital: la nueva Delhi, con calles más amplias y rodeadas de árboles. Aquí están ubicados la mayor parte de los hoteles y los edificios del parlamento indio.

Esa es India, un país lleno de contrastes. O mejor, “India vive en varios siglos a la vez”, como dijo la famosa cineasta india Mira Nair. Tiene razón.

Para viajar a India

1. Tener la visa, que se solicita en la Embajada de India en Bogotá en: calle 116 Nº 7-15 Int. 2 oficina 301, torre Cusezar, Bogotá, Colombia.

2. Debe vacunarse contra la fiebre amarilla.

3. Actualmente no hay aerolíneas que operen vuelos directos entre Bogotá y Nueva Delhi. Para llegar al aeropuerto Indira Gandhi puede viajar por Estados Unidos, Francia, España o Inglaterra.

4. Las aerolíneas que viajan a India son Continental Airlines, Air France, British Airways e Iberia, entre otras.

5. El vuelo es muy largo. De Bogotá a Nueva York son aproximadamente 7 horas. Desde Nueva York al aeropuerto New Delhi son 18 horas.

Por Angélica Lagos / Enviada especial India

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