Gabriel García Márquez y su vida anónima antes de Cien años de Soledad

Para desencriptar las claves de su obra hablamos con su biógrafo Dasso Saldívar y nos adentramos en sus agitados días anónimos, previos a la fama mundial. A continuación repasaremos los aspectos relevantes de su existencia e intentaremos descifrar su sensibilidad de genio.

Por Carlos Torres T.

06 de marzo de 2023

Un universo macondiano dentro de un hombre es como el agua atrapada en cuatro paredes. En el caso de Gabriel José García Márquez, tuvo su máxima expresión a los 40 años, lejos de su tierra, en un estudio modesto lleno de papeles, lapiceros, anotaciones con nombres y mamotretos que contrastaba con la exuberancia que estaba plasmando en miles de hojas.

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Gabriel García Márquez y sus noches escribiendo Cien años de soledad

Fueron más de 14 meses de consagración a la escritura, en los que el universo que llevaba tanto tiempo buscando una salida parecía haberlo poseído para que por fin lo depositara en una novela superior (ya había escrito La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora). “Recuerdo a mi padre escribiendo práctica prácticamente todo el tiempo que estaba en la casa, es una de las imágenes más presentes que tengo: él sentado frente a una máquina de escribir en su estudio, en una casa pequeña y muy austera; en el estudio donde escribía había cuadros y libros, y era, digamos, el lugar más cálido de la casa”, evoca su hijo Gonzalo.

Gabriel García Márquez.

Gabriel García Márquez.

Fotografía por: El Espectador

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Tras cuatro décadas de la entrega del Premio Nobel de Literatura, resulta reduccionista concebir a García Márquez como un afortunado al que un día se le apareció la virgen de la inspiración. Antes de su obra cumbre, el cataquero era un narrador de historias con reconocimiento en Colombia.

Gabo en México

Por invitación de su amigo Álvaro Mutis, terminó yéndose a vivir a México para probar suerte en el cine y, por supuesto, en la literatura, un territorio que siempre lo estuvo esperando a pesar de la pasión desmesurada de Gabo por el cine.

Al poner un pie en tierras aztecas, acompañado por Mercedes y su hijo mayor Rodrigo, inició una aventura como cualquier colombiano que busca arraigarse en otro país. Todavía faltaba mucho para que lo recibieran en el aeropuerto un ejército de periodistas, músicos y lectores (y no lectores). “Antes de Cien años de soledad, Gabriel era un buen escritor, ahora es un extraordinario escritor, el primero entre sus compañeros de equipo que escribe una obra maestra”, dijo el crítico Emmanuel Carballo, uno de sus amigos privilegiados que tuvo la oportunidad de leer la historia de la familia Buendía antes de que se publicara en 1967 en Buenos Aires, Argentina.

Un caribeño anónimo

Aracataca, Sucre, Bogotá, Cartagena, Barranquilla, Francia, Italia y Estados Unidos. Antes de cumplir 40 años, García Márquez era un novelista curtido que seguía buscando un lugar para afianzarse como escritor, periodista o guionista de cine. Después de su experiencia en la agencia Prensa Latina, en Nueva York, en la que recibió amenazas de muerte, dio un paso definitivo.

Iniciando la década del sesenta, arribó a la “Gran Manzana” con grandes expectativas. Le gustaba aventurarse en medio de rascacielos y laboraba en un oficio que ya lo había atrapapado en su juventud. No obstante, su estancia duró apenas unos meses por la crisis interna en la agencia y el pulso que se sentía en las calles entre los simpatizantes de Fidel Castro y los detractores.

“Mi última esperanza de quedarme aquí se desvaneció definitivamente esta noche, y el primero de junio me voy a México, por camino carreteable, con el propósito de atravesar el profundo y revuelto Sur. No sé, exactamente, qué voy a hacer, pero estoy tratando de rescatar en Colombia algunos dólares, que espero me sirvan para vivir un tiempo en México, mientras consigo trabajo. Quién sabe de qué carajo, porque lo que es de periodismo ya me corté la coleta. Será de intelectual”, le escribió en una carta a su amigo Álvaro Cepeda Samudio.

Gabo llegó a México en el segundo semestre de 1961 con varios cuentos y novelas bajo el brazo que ya habían sido reseñadas en revistas y suplementos latinoamericanos. Era un escritor con un curriculum seductor, quizá más nombrado por su Relato de un náufrago publicado por entregas en El Espectador, que por La hojarasca, que si bien insinuaba el universo de Macondo, se leía como una pieza suelta inspirada en Una rosa para Emily, de William Faulkner.

La amistad con Álvaro Mutis

Una cosa es la familia y otra es la fraternidad encontrada. El autor de La mansión de la Araucaíma fue más que un guía para García Márquez. En Ciudad de México lo condujo por el mundo cultural y lo ayudó a ubicarse laboralmente. Dasso Saldívar, el primer biógrafo de García Márquez, entrevistó en varias ocasiones a Mutis: “Lo de ellos fue de una importancia definitiva tanto en la amistad como en la hermandad.

Fue uno de los amigos de mayor provecho en la creación. No era cualquier persona: era un hombre culto y generoso”. Saldívar es un gabólogo que dedicó 16 años a estudiar la vida del protagonista de este relato. En el último capítulo de Viaje a la semilla (Editorial Planeta), el antioqueño explora la inmersión en la intelectualidad mexicana, sus diversos trabajos para sobrevivir y la escritura de Cien años de soledad.

Para que García Márquez narrara la saga de los Buendía tuvo que atravesar dificultades económicas que hoy son repasadas con algo de humor tras el éxito inmediato de la novela (entonces no tuvo los recursos para enviar el manuscrito completo a Buenos Aires). Sobre esta época de austeridad y de apoyo económico de varios amigos, Saldívar sostiene: “Jomí García Ascot y María Luisa Elío, a quienes está dedicada la novela, nunca hablaron de esa ayuda puntual que fue verdadera e inevitable para que Gabo pudiera terminarla. Un día le pregunté por esa ayuda concreta a Álvaro Mutis, él me miró, sonrió, se puso colorado y, tras un largo silencio, me dijo: ‘en realidad esas cosas que hice por Gabo y él por mí ninguno de los dos las tenemos registradas’”.

Una epifanía llamada Cien años de soledad

En un viaje familiar en carro hacia Acapulco, el universo dentro de García Márquez se empezó a desbordar. Es imposible saber con certeza lo que experimentó aquella mañana de 1965, quizá fueron náuseas, mareo o una ansiedad capaz de hacerle perder el control. “Me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y arrasador, que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera”.

Ese fin de semana fue eterno para Gabo y corto para sus pequeños hijos, que jugaron dichosos en el mar. “No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo’. Desde entonces no me interrumpí un solo día, en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final en que a Macondo se lo llevó el carajo”, expresó Gabo en un texto publicado en El País.

Si pusiéramos frente a un espejo al coronel Aureliano Buendía, en el reflejo aparecería la imagen de Nicolás Márquez Mejía, el abuelo de Gabriel. Y si le preguntamos a Google Maps por Macondo, el buscador lo ubicaría en Aracataca, Magdalena.

En sus últimos días, acorralado por la demencia, García Márquez le comentó a su asistente en Ciudad de México: “Esta no es mi casa. Me quiero ir a la casa. A la de mi papá. Tengo una cama junto a la de él”. Su hijo Rodrigo aterrizó el episodio en el libro Gabo y Mercedes: una despedida: “Sospechamos que no se refirió a su padre sino a su abuelo, el coronel (y que inspiró al coronel Aureliano Buendía), con quien vivió hasta que tuvo ocho años y quien fuera el hombre más influyente en su vida. Mi padre dormía en un colchoncito en el piso junto a su cama. Nunca volvieron a verse después de 1935″.

Ese lapso del Nobel muchos años después de haber publicado su obra cumbre explica la valía de la niñez en su obra. En entrevistas también solía decir, rindiéndole un homenaje nostálgico a su abuelo, lo siguiente: “Nada interesante me ha pasado después de los ocho años”. En el ensayo monumental García Márquez: la historia de un deicidio, Mario Vargas Llosa subrayó de Cien años de soledad “la voluntad unificadora de edificar una realidad cerrada, un mundo autónomo, cuyas constantes proceden esencialmente del mundo de infancia. Su niñez, su familia, Aracataca constituyen el núcleo de experiencias más decisivo para su vocación: estos demonios han sido su fuente primordial”.

A los ingredientes anteriores hay que añadir la genialidad de Gabriel José García Márquez. Es la misma que le permitió escribir el cuento La tercera resignación (publicado en El Espectador cuando tenía 20 años), sus reportajes y columnas de opinión en los periódicos colombianos, sus novelas en clave de Macondo, sus Funerales de la mamá grande y las posteriores que terminaron de elevarlo a la categoría de gigante. Su existencia cambió el día que el mundo se rindió a sus pies un 1967, al punto de convertirse en una celebridad. Pero las adulaciones, los honoris causa, la riqueza y la fama no despeinaron su trabajo solitario frente a la hoja en blanco.

Todo lo que publicó posterior a Cien años de soledad conservó el aura superlativa de su historia cumbre (El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, entre otras), conquistando el paladar de la crítica más refinada y al del lector común que cayó embrujado por una atmósfera indescifrable.

Cuarenta años después de la entrega del Nobel, ¿por qué continuar leyendo al nieto del coronel Nicolás Márquez? El biógrafo Dasso Saldívar responde con otra pregunta: ¿Por qué se sigue leyendo Homero, a Cervantes, a Kafka? Para todos está la misma explicación: porque son autores de libros clásicos que nunca terminan de decirnos lo que tienen que decir y las historias se van a vivir con los lectores. García Márquez tuvo el privilegio de ser un clásico en vida, no fue valorado con posteridad, fue leído y reconocido siendo un autor relativamente joven”.

Por Carlos Torres T.

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