El verdadero hombre culto

Desde el siglo XVI a quienes se dedicaban al estudio y a su vez cultivaban las letras se les empezó a llamar humanistas, término este que designaba a las personas cultas por excelencia.

Por Luis Germán Perdomo*

03 de diciembre de 2019

 / Getty Images

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Es con Cicerón desde donde la palabra “humanitas” empieza a abarcar ese vasto horizonte que nos conduce a hablar, no solo de la condición humana, sino también de la pedagogía y la cultura. Desde el siglo XVI a quienes se dedicaban al estudio y a su vez cultivaban las letras se les empezó a llamar humanistas, término este que designaba a las personas cultas por excelencia.

Aunque el siglo XXI, desde sus albores, como cada centuria, trajo consigo nuevas formas de pensar y, por lo mismo, otras maneras de ver el mundo - repensar al hombre y su universo - estas nunca se han desprendido en su totalidad de las líneas que marcaron el origen del pensamiento humanista - el hombre es la medida de todas las cosas -, porque las precede un atavismo conceptible que instaura una marcada habitud con el presente.

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En ese trasiego de concepciones y de modos de pensar emerge la discusión acerca de lo que hoy se concibe como el verdadero hombre culto. No son pocos los intentos realizados desde diversas corrientes de pensamiento, así como no son pocas las variadas posturas. En lo que sí enfatizan y comulgan los que del tema se ocupan, es que vivimos un momento de transición y las humanidades constituyen el camino mejor para explicar los misterios que envuelve la vida de los seres humanos.

Antonio Fontan en su ensayo El retorno de las humanidades habla de dos tipos de ciencias: las ciencias científicas, a las que él denomina de “los saberes del texto o ciencias de la naturaleza” y las humanidades, las ciencias del contexto o de los saberes. De ellas afirma que “las primeras se encargan de enseñar a uno cuál es su medio y lo sitúan en él; las segundas le explican qué hace uno ahí, y por qué y para qué está donde está”.

Comprender y aprehender el mundo en el que habitamos es lo que primordialmente los seres humanos anhelamos y buscamos. Todo lo que sucede a nuestro alrededor en muchas ocasiones se convierte en un algo sin descifrar, en un “no termino de entender”; por eso, nuestros esfuerzos deben estar dirigidos a intentar comprenderlo.

En ese sentido, Darío Villanueva en su disquisición acerca de lo que es la literatura, proclama que “Poesía, novela, teatro y ensayo, al tiempo que nos revelan el sentido genuino de lo que somos y de lo que nos rodea, actúan como instrumentos insuperables para la educación de nuestra sensibilidad y para la más correcta formación de nuestro intelecto”.

Se suele hacer referencia a que poco a poco nos hemos ido convirtiendo en una sociedad de autómatas a los que se nos ha robado la capacidad de pensar, y que solo nos mueven intereses vacuos que, por lo mismo, ciegan la razón. La tecnología viene precedida por el fantasma de la obsolescencia, cada avance tecnológico trae consigo su propio final, porque en menos de nada, será superado por otro avance que lo convierte en algo efímero; es esta una cadena interminable. Por el contrario, las grandes obras surgidas de los saberes humanísticos siguen vivas en el tiempo, manteniendo intacta su influencia en el desarrollo de los saberes y pensamiento contemporáneo.

En cada uno de los asertos anteriores, al hablar de condición humana, aspiraciones humanas, sentido de lo humano, saberes humanísticos, comprensión del mundo, subyacen dos elementos esenciales que, a mi modo de ver, apuntan a esclarecer lo que en estos tiempos se debe concebir como el verdadero hombre culto: ser consciente de su posición en la sociedad, y ser consciente de la dignidad inherente a su existencia como ser humano.

Es aquí en donde debe centrar sus objetivos la escuela, en desarrollar y cultivar esa conciencia de lo que se es y para lo que estamos. No hay otro lugar más apropiado para hacerlo, y desde luego, una de las herramientas para suscitarlo, está en las innumerables obras cargadas de sabiduría provenientes de las humanidades que se mantienen vigentes, no solo por haber surgido en una época floreciente, sino porque aún satisfacen esa necesidad constante del hombre de obtener respuestas.

Hace tiempo que viene alertándose de la existencia de una crisis humana, y una de sus causas estriba en que “hemos renunciado a pensar dónde está la suprema dignidad del ser humano de la que tanto se ha hablado. Es el mismo individuo el que la ha tirado a la basura”. Esto lo repitió José Saramago, insistentemente, en sus novelas-ensayo, en las conferencias que pronunciaba y en cada una de las entrevistas que ofrecía.

Sin la mediación de las humanidades, las sociedades están abocadas a convertirse en una masa de individuos insolidarios y vacíos, incapaces de pensar por sí mismos, en los que prima el lucro y el interés por alcanzar privilegios vanos con los que mantener un estatus efímero e insubstancial. Solo las humanidades pueden contribuir al fortalecimiento de ciertas aptitudes con las que mantener viva la democracia. El llamado es más que urgente, como lo sentencia la filósofa Martha C. Nussbaum en su libro Sin fines de lucro: “El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo”.

*Escritor. 

 

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Por Luis Germán Perdomo*

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