5 síntomas raros del embarazo en el segundo trimestre

Tener un bebé en la barriga implica encontrarnos con sorpresas todos los días. Unas son gratas, otras no tanto.

Por Natalia Roldán Rueda

22 de junio de 2018

Getty

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Al día siguiente, mientras desayunaba con mi esposo, me agarró un ataque de risa. Había olvidado la pesadilla que no me permitió dormir tranquila y, de repente, me llegó una imagen perturbadora a la cabeza que la trajo de vuelta: mi pecho cubierto de pelo.

Cuando digo “cubierto” me refiero a que era yo de regreso a los tiempos en los que éramos simios, solo que pensaba y sentía como un homo sapiens. Durante el sueño estaba entre preocupada y resignada: había leído que en el embarazo a las mujeres nos salía pelo en lugares inesperados, así que lo veía venir, pero me angustiaba pensar en la manera en que iba a depilarme. Ya despierta, con mi piel lisa, la ansiedad se convirtió en carcajada. Fue una pesadilla inofensiva que ayudó a que esa mañana, en comparación con el monstruo en el que me convertí en la noche, me viera como una diosa en el espejo.  

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No solía recordar mis sueños y puedo contar con los dedos de una mano las pesadillas que he tenido a lo largo de mi vida. Soy de dormir profundo, sin interrupciones, libre de imágenes y de historias nocturnas. Sin embargo, con el embarazo, a la mente le ha dado por ponerse a divagar en las noches. Despierto y siento como si hubiera vivido mil vidas en unas horas.

La presencia de Morfeo se volvió tan recurrente que decidí investigar y, efectivamente, uno de los síntomas del embarazo es tener sueños más vívidos y más pesadillas. Esto se debe, en parte, a que las hormonas ayudan a que soñemos en tecnicolor y a que sintamos que todo lo que pasa es real. También ocurre porque es más probable que, debido a la dificultad para encontrar una postura cómoda o a los movimientos del bebé, nos despertemos en la fase REM (en la que aparecen los sueños), lo cual permite que los recordemos con mayor facilidad. Para evitar estas vidas paralelas, los especialistas recomiendan que busquemos posiciones en las que estemos más cómodas y que evitemos tomar líquidos antes de acostarnos. Porque los sueños pueden ser inofensivos, pero las pesadillas no tanto. Anoche, por ejemplo, se me paso por la cabeza que el cordón umbilical podría enredarse en el cuello de Lucas. Preferiría que ideas como esa se mantuvieran ocultas en mi subconsciente para siempre.  

 

Pelo de comercial

Durante el primer trimestre mi pelo se convirtió en mi enemigo. Vivía grasoso, como si me bañara en el mar de Cartagena. Y, cuando estaba limpio, parecía que llevara las cerdas de una escoba en la cabeza: se sentía áspero, frágil, inmanejable, y vivía con frizz. El cuarto mes de embarazo, sin embargo, llegó con esa esperada reconciliación entre mi pelo y yo. Ahora dura limpio mucho más tiempo, no se cae, se ve fuerte y brillante. Muchos no lo notarán, pero para mí ha sido un alivio. Y espero ser una voz de esperanza para todas esas mamás que arrancaron el embarazo como yo, con el pie izquierdo.

 

Adiós a la piel de mazorca

De un día para otro te das cuenta de que tienes un granito menos que el día anterior. A la mañana siguiente, otro desaparece. Y así, poco a poco, la piel se siente más limpia, más suave. Es posible que nunca llegue a estar como antes del embarazo (el interior de nuestro organismo todavía está de fiesta) pero mejora, ya que el trabajo de producir hormonas, que era tu responsabilidad, ahora empieza a asumirlo la placenta, que ya está lista y protege a nuestro bebé en el útero.

 

Sentir que vivimos en medio de un desierto

Hay momentos en los que no me pasa la saliva. En los que se me dificulta hablar. Entonces recuerdo un documental (Oro azul) en el que alguien describía cómo se sentía la sed después de pasar una semana sin agua: “La saliva se vuelve espesa. La lengua y la garganta se inflaman tanto que respirar se hace difícil y se produce una terrible sensación de ahogo. La cara se siente llena. Muchas personas empiezan a alucinar. Los labios desaparecen, como si hubieran sido amputados”. Con el embarazo, a ratos lo entiendo. Claro, en realidad lo que yo siento ni se acerca a un drama como ese, pero cuando la sed persiste, después de tomarme un termo entero de agua, tengo la impresión de que estoy en medio de ese documental viviendo la odisea de atravesar un desierto. Las continuas ganas de orinar, la necesidad de producir más sangre y la aceleración del metabolismo llevan a que nos dé más sed, así que ese termo debería convertirse en nuestra mejor compañía.

 

Nos expandimos

Sabemos que puede doler la espalda por el nuevo peso que cargamos. Somos conscientes de que la barriga incomodará y que eventualmente tendremos que idear maneras para amarrarnos los zapatos. Entendemos que es probable que aparezcan estrías cuando la piel de la panza se estire. Pero no se nos ocurre que empezaremos a sentir dolores desconocidos a medida que nuestro cuerpo, todo, se expande para hacerle campo a otro cuerpo. Yo, hasta ahora, esa incomodidad inédita la he sentido en la pelvis, las nalgas y el estómago. Después de pasar sentada mucho tiempo, tengo la idea de que la presión en la pelvis no permitirá que me pare. Lo mismo ocurre cuando estoy acostada: quisiera tener una cuerda que me ayude a levantar. Las nalgas cada vez recienten más que me mantenga de pie en un mismo lugar; asumo que, cuando estoy parada, mis órganos presionan nervios y músculos que me producen picadas y me hacen cojear. El estómago, después del almuerzo, se infla; parece una bomba a punto de estallar. Nada, en realidad, es grave. Se aprende a manejar cada molestia, lo importante es que seamos conscientes de todo eso que está pasando a nuestro interior. Y con el apoyo de ejercicios de yoga o pilates es mucho más fácil sentirnos cómodas dentro de ese cuerpo en transformación.   

Por Natalia Roldán Rueda

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