"Trabaje, que su historia haga ruido y deje un mensaje”, Goyo

La reina del combo decidió abrir su corazón para la edición más esperada del año. ¡El sabor en su máxima expresión!

Por Natalia Roldán Rueda

29 de septiembre de 2017

"Trabaje, que su historia haga ruido y deje un mensaje”, Goyo
Goyo, cantante sentada en una silla

Goyo, cantante sentada en una silla

 

Fotos: Andrés Espinosa 

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Goyo llegó al consejo de redacción con sus escuderos: Tostao y Slow –su esposo y su hermano, y sus cómplices en la música–. Parecía que sería una reunión serísima, pero muy pronto se transformó en una fiesta en la que el equipo de Cromos supo que se venía una edición de lujo. Con la oralidad típica de su tierra, los integrantes de Chocquibtown compartieron anécdotas e ideas apasionadas. Luego hablamos solo con ella. esta fue nuestra conversación. 

 

Es hipnótica, pero no se da cuenta. No sabe que es difícil quitarle los ojos de encima. Y no me refiero, simplemente, a su belleza. No, no es solo esa mirada profunda que se extiende negra e infinita. Ni esos dientes blanquísimos enmarcados por labios de colores intensos. No, no es únicamente su piel chocolatosa, ni son esos pómulos que otras se mandan a hacer con el cirujano. La fascinación que produce Goyo, es mucho menos obvia. Y tiene que ver, en parte, con el hecho de que ella no sea consciente de su capacidad de atracción. Con que nosotros la veamos como una diosa y ella se sienta, todavía, como la niña de Condoto. 

 

Pero su magnetismo tiene que ver, sobre todo, con esa energía que irradia. Que te mantiene a la espera de que sonría, una vez más, por favor. Que hace que quieras extender los minutos que estás a su lado, para oír cómo el Pacífico se cuela en la cadencia de su voz: pausada, serena, honda. Que lleva a que sientas que es tu amiga y que mañana, tal vez, te llame para una tarde de té. Que te induce a que te dejes arrullar mientras tararea, ensimismada, melodías que son su terapia, su paz. Que te invita a que conozcas de dónde nace la fuerza que transita festiva por sus venas, y cómo es esa tierra chocoana a la que está atada con finos hilos dorados.      

 


Esta edición de Cromos, con Goyo como directora invitada, fue, ante todo, una historia de amor. Cada uno de nosotros cayó a los pies de esa mujer que es vida en el estado más puro, y fortaleza y bondad y nobleza. Con ella como guía, nos enamoramos, también, de su cultura y de ese andén místico al occidente del país. Los amores periodísticos son difíciles de aterrizar en palabras. La experiencia es tan íntima que en el intento de narrarla se desbarata. No obstante, lo invito a que haga este viaje, para ver si logramos que se contagie de nuestro sentimiento. Al final, quizá, cae en el hechizo.

 

 

Sus primeros años


¿Cómo fue su infancia  en Condoto? 


Recuerdo que tenía mucha libertad. Es un pueblo pequeño, donde casi todos nos conocemos. Mis compañeros de la escuela eran mis vecinos. Recuerdo que íbamos al río a bañarnos antes de ir a estudiar, y había una infinidad de juegos que uno podía hacer en el agua. Recuerdo que en las tardes me enseñaban a bailar folclor. Recuerdo mucho estar detrás de mi mamá, viéndola cantar en las comparsas. La gente cantaba a capela, entonces había que cantar fuerte para que todo el mundo pudiera escuchar, pero el pueblo era cómplice y hacía silencio. Recuerdo a mi mamá diciéndome: “¡No vas a salir!”. Y yo me buscaba cómo salir sin que ella me viera. Para mí eso era gratificante, poder escuchar a mi mamá cantar… Y verla prepararse,  cuando se ponía su turbante. Lo que hago ahora me hace recordar con mucha alegría y con mucho amor a mi mamá. Condoto para mí siempre será inspiración. Es volver a sentirme hija, amiga, artista, estudiante. Siempre tuve mucha gente enseñándome cosas, por eso creo en la diversidad, en que para los gustos los colores. Y creo en que la alegría no hay que dejarla ir. 

 

 

 

Son historias felices, ¿hay algo que haya sido difícil?

 

Claro. Las inundaciones fueron difíciles y lo siguen siendo. Había que llegar a la escuela a las 8:00 de la mañana a limpiar los pupitres, el tablero…  Si subía el río, se llevaba todo. Ayudábamos a adecuar ese espacio que era sagrado, de respeto, porque las profesoras eran como las tías, las vecinas o las amigas de mi mamá. Había una jerarquía y a nosotros nos enseñaron a respetarla. De esa manera nos movemos en la sociedad, a partir del respeto, aunque yo no cumplo normas a cabalidad todo el tiempo y no soy la más santa. He tirado piedras y todo, pero son importantes las pautas. 

 

 

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Cromos en sus manos

Quiero una revista con mucho arte. Que tenga el oro presente. Que tenga historias que contarle a la gente, historias que quizás ni siquiera cree que existen".

 

 

 

¿Qué la ha llevado a tirar piedras?


(Ríe) A mí me ha llevado a tirar piedras la educación, es uno de los derechos más vulnerados. Pero he aprendido en el camino que todo no se pide, que hay que luchar por lo que uno quiere y hay que trabajar. Hay que ponerse la camiseta desde donde uno puede. Yo me la puse desde el arte. Hay que aprender a decir “Somos Pacífico, estamos unidos, nos une la pinta, la raza y el don del sabor”. A decir que “Colombia es más que coca, marihuana y café”, a viva voz, en todos los conciertos de mi vida. He aprendido a crecer, a no arrepentirme de ese crecimiento, a evolucionar, a no quedarme ahí, a ser yo.

 

 

¿Cómo era el Chocó de su infancia en comparación con el de ahora? 


El Chocó de antes era más seguro. Las puertas siempre estaban abiertas, la gente no tenía tanto miedo. Ahora, la inseguridad es compleja. Por el conflicto, hay espacios por los que uno ya no puede transitar con tranquilidad. Soy consciente de que eso no depende mucho de la gente en general, sino del fallo político, de la orden que se da desde Bogotá. Y es complejo. Porque hay muchos jóvenes con ganas de hacer cosas y no pueden. Pero hay que decir que nos han mostrado con demasiada pobreza y, la verdad, nosotros somos felices. Hay mucho invento y mucha cosa de “pobrecitos”, pero la gente se enrumba y hay jóvenes creando, trabajando en la Nasa, jugando baloncesto en Florida, tocando en Europa en festivales gigantes. No nos vendamos más desesperanza porque eso no nos sirve. Mostremos lo positivo. 

 

 

¿Cómo se pueden mejorar las cosas?


Lo primero es la educación. Para mí es el mayor pilar. Hay que dejar que se abran los mundos, ponerle tecnología a la gente, que empecemos a ver qué pasa más allá. 

 

 

Vivió en Condoto, en Quibdó, en Cali, en Buenaventura… ¿Qué le aportó ese puerto? 


Buenaventura a mí me abrió mucho el espectro.  Era chistoso que en el recreo el profesor nos pusiera rap. Sabíamos lo que pasaba en Estados Unidos y en las culturas afro. Podíamos escuchar Killing me Softly o Gangsta’s Paradise, o a Stevie Wonder y a Boys II Men… Eso me lo dio Buenaventura. Chocó me dio el amor por la salsa, por la chirimía, por el bunde. Esa sensación de cercanía de la gente cuando suena una requinta, un bombo, un bombardino, un clarinete… Esa riqueza viene conmigo. Y no se me olvida porque haya escuchado a Cerati. No se me olvida porque sean una chimba los Rolling Stones. Nada de eso. No se me olvida porque hace parte de lo que soy. 

 

 

Dice que su mamá fue clave para lo que usted es hoy. ¿Cómo recuerda a su papá? 


Mi papá viene del Atrato y llega a Condoto con la tecnología. A él le encantan los equipos. Un día, en la mañana, lo veo poniendo salsa y me dice: “Tengo una emisora”. “¿Cómo así?”, le pregunté. Y entonces dice: “Slow pone música de tal hora a tal hora, y Goyo pone música de tal hora a tal hora”. Desde chiquitos él nos inyectó el amor por los discos. La sala de mi casa estaba llena de estantes de madera, que él construía, llenos de discos. Pedía música por catálogo y siempre nos preguntaba ¿qué van a pedir? Nosotros pedíamos Michael Jackson, Xuxa, salsa…  A mí siempre me gustó el reggae, Inner Circle, Bob Marley, Peter Tosh, The Wailers. Él nos enseñaba los géneros musicales y cada género tenía un espacio dentro de la casa. Él nos probaba, para ver si teníamos buen gusto para poner música. Nos preparaba para respetarla y para no tener límites en la cabeza con respecto a los estilos. 

 

 

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Tiene 35 años  años y toda su vida ha estado en función de la música. También estudió psicología

 

 

¿Qué es la música?


Dicen que es el arte de combinar bien los sonidos y que sean agradables al oído. Pero, para mí, la música es una experiencia. La música te puede hacer pensar, bailar. La música te puede cambiar la vida, el día, el estado de ánimo. Te puede ayudar a comunicar algo que no puedes decir con palabras. Eso es la música.

 


 
¿De qué otras maneras estaba la música presente en su vida? 


Un momento importante fue en Cali, cuando empecé a acercarme a los raperos, a quienes admiraba mucho… Ahí me volví a conectar con Tostao. O cuando íbamos a visitar a Jairo Varela. A mí me daba pena y pánico. Me acuerdo del día en que le mostré el álbum Somos Pacífico, sentía que se me salía el corazón… Y me acuerdo preguntándole: “¿Cómo hace uno para sonar en la radio y no pagar payola?” Y él me decía: “A la final, alguien lo paga, no te preocupes”. Eso es algo de lo que no se habla. Todo eso me formó. Como el primer concierto de Chocquibtown en el Petronio Álvarez. Era la primera vez que alguien se presentaba, en un sitio tan tradicional, con un computador para lanzar secuencias. Después de vivir con cantaoras, yo llegué a rapear. A la final, era lo que yo sabía hacer: contrastes. Llegamos con un lenguaje nuevo y la gente ya coreaba las canciones.

 

 

Hace 23 años conoce a Tostao, con quien tiene a Saba, una chiquita inquieta, curiosa y despierta, que habla desde los siete meses.

 

 

¿Hay una enseñanza particular que le haya dejado Jairo Varela?


 Sí, a tener carácter. A ser fuerte, a tener claro lo que uno quiere a nivel artístico. A buscar la calidad. A nunca tener miedo.

 

 

 

 Su tierra


¿Cuál es el encanto de la comida del Pacífico?


La sazón. Es un arte ponerle sabor a la vida y ponerle sabor a la comida, como en la química. Algunos tuvimos la suerte de nacer con un poquitico más de sabor, especialmente en el Pacífico, aunque yo conozco al primo que no baila y que es del Chocó.

 

 

¿Qué valor tiene el oro para usted?


Allá alguien nace y fijo le regalan un par de aretes de oro. Además, le hacen la cabalonga, una cadena que lleva un frasquito con oro y que es una especie de amuleto, ya que simboliza el sacrificio que implica sacar ese oro. Tengo recuerdos vagos de mi abuela, Pape, yendo bien temprano por oro. Era el sustento de la familia. También nos ha marcado el oro por la llegada de las multinacionales. Eso lo vemos hasta en las canciones: hay una que se llama Maquerule, que, en realidad, habla de Mark Ruler, uno de los gringos que llegó con la fiebre del oro. 

 

 

¿Cuál es, para usted, la posición que ocupa la mujer en su región?


Como en Colombia, hay mucho machismo. Pero la mujer del Pacífico ha tenido un rol bien importante en la familia. La crianza está en manos de las mujeres. 

 

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No nos vendamos más desesperanza porque eso no nos sirve. Mostremos lo positivo. 
 

 

 

¿Cómo cree que podríamos pelear en contra del machismo?


Lo primero que hay que hacer es no pelear. Haz tu vida, tu propia historia, pon de tu parte y que hablen los hechos.

 

 

¿Qué cuenta el color de su piel?


Cuenta historias de música, de aprendizaje y de realeza, pero también de esclavitud, y eso nos marcó a todos. En la cabeza de muchos todavía hay paradigmas muy fuertes. Por eso las historias de éxito de todos los afroamericanos nos llegan a nosotros, porque, aunque yo no viví la desesperanza y las atrocidades, quizás mi tatarabuela sí. El color es historia, es fuerza, es lucha, todos los días. Es decir: “Somos diferentes, pero a la vez no”. 

 

 

¿Cómo enfrenta el racismo?


Con letras, con posturas, con inteligencia, con acciones. Trabaje, que su historia haga ruido y que por favor le dé un mensaje a toda la gente. Cuando uno quiere algo, se puede.

 

 

¿Cómo cree que se construye país?


El país se construye cuando uno sueña, visualiza y hace realidad. Pero es más bacano hacerlo desde la colectividad. A veces uno es muy individualista y egocéntrico, es importante ponerse en los zapatos de otro, a ver qué siente.

 

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Cromos en sus manos 

"Será una revista que se sale de los clichés y abraza las diferencias. Que muestra al Pacífico, una región que quiere ser visible, tener oportunidades, que la educación sea un derecho y que la libertad de expresión sea el pan de cada día"

 

 

 

Su vida


¿De qué manera la ha cambiado la maternidad?


Cuando tuve a mi hija sentí que me llené de fuerza. Siento que tengo más ganas de comerme el mundo. Ya no me dan pena tantas cosas. Se le van a uno muchos miedos y uno aprende a quererse como uno es. Ya estoy tranquila, ya tengo a alguien que me quiera. 

 

 

¿Cuál ha sido el mayor desafío de ser mamá? Y la mayor alegría...


El tiempo. Poder sortear la vida y no sentirme culpable. Todas las mamás han salido a trabajar y así como yo entendía a mi mamá, ella me va a entender a mí. La mayor alegría, que te reciban con un abrazo. Y que te digan que te ves linda y uno sienta que es de verdad. Esa sinceridad es una chimba.

 

 

¿Qué es la libertad?


Es una cosa mental. Es la posibilidad de decir: ¡atrévase! Atrévete a ser lo que tú quieres. 

 

 

Joyas: Daniela Salcedo - By Goyo / Ana Carolina Valencia LOCTOLAB / 
Vestido: María Elena Villamil / Carolina Ronderos

Por Natalia Roldán Rueda

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