Una mina de esperanza

Ana del Carmen Villamil es minera, y su relato es un ejemplo de que se puede superar al peor de los maltratos. Su vida ha sido una lucha constante contra las adversidades, pero su gallardía la ha llevado a reinventarse y encontrar estabilidad después de años de sufrimiento.

Por Redacción Cromos

26 de marzo de 2024

A los 16 años, Ana del Carmen tomó una decisión que cambiaría su existencia: irse a vivir con el hombre que fue su primer vínculo sentimental. Lamentablemente, perdió a su primer bebé, fruto de la relación con este individuo y no por circunstancias médicas. “Fue por él, nos fuimos a vivir porque decían que el primer hombre que a uno lo distinguiera es el esposo para toda la vida. Siguió golpeándome por 17 años y tuvimos cuatro hijos”, dice la protagonista de esta historia.

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El maltrato extremo la alcanzó a encadenar, pero sacó fuerzas para destruir los grilletes de la violencia. Inspirada en sus hijos, eligió una alternativa salvadora. Un héroe anónimo le ayudó a encontrar el ímpetu para ponerle punto final a la situación. ¿Qué sería de ella si el destino no le hubiera puesto a la persona indicada en su pedregoso camino? Confiesa con valentía lo siguiente: “Vivíamos en un páramo donde no había vecinos, no había nadie, ni podía bajar donde mis papás. Entonces un día en una escuelita donde llevaba los niños fui donde un psicólogo. Empezamos a hablar y hablar, y él me abrió los ojos. Me puse a pensar en venirme con mis hijos, primero me dio miedo porque no quería ponerlos a aguantar hambre. Salí de allá, me volé con ellos”.

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El desplazamiento no solo es cuestión de grupos armados. La violencia intrafamiliar también lo perpetua. La historia de Carmen es un espejo que refleja el relato de muchas colombianas que tuvieron que abandonarlo todo con tal de salvar su vida propia y la de sus hijos. Su hambre de salir adelante le permitió trabajar en la agricultura, concretamente sacando cebollas, y en el servicio de restaurante, hasta que, un día, se le presentó la oportunidad de trabajar en una mina de carbón. Sin saber cómo es el día a día bajo tierra, en condiciones adversas, le preguntó a un señor si la dejaba intentarlo. “Ahí fue cuando él me dio la oportunidad y aprendí. Posteriormente trabajé en Guachetá, Cundinamarca, y mi experiencia con un patrón no fue buena. El señor me humillaba harto, entonces ya me vine para otra empresa y ahí me fue lo más de bien y aquí estoy”, recuerda.

Esta es una historia con comienzo desgarrador, aunque con final feliz. Luego de tantos golpes, de soportar la violencia intrafamiliar y el maltrato laboral, Ana del Carmen esculpió el sendero que la llevaría finalmente a asentarse en una empresa minera que la respeta. De este modo, ha podido sostener el amor y la educación de sus hijos. El precio de tanto esfuerzo lo han pagado su alma y sus manos trabajadoras.

Antes de ponerle punto final a esta breve biografía, Ana del Carmen se despide con un mensaje a las lectoras de Cromos: “Lo primero que les diría es que, si alguien las golpea, las trata mal, no se dejen humillar, salgan, no se resignen en la casa. Hay esperanza afuera, se puede superar a alguien que las trate mal, todas podemos salir adelante. Solas podemos”.

Redacción Cromos

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