Los secretos del Chardonnay

Así como la Cabernet Sauvignon domina la cúspide de los tintos, la Chardonnay ondea triunfante en el pináculo de las blancas. No en vano se la conoce, a secas, como la “reina” de los vinos.

Por Hugo Sabogal

28 de febrero de 2021

La Chardonnay se ha consagrado en España, Italia, Australia, California, Chile, Argentina, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Israel y hasta en China e India.

La Chardonnay se ha consagrado en España, Italia, Australia, California, Chile, Argentina, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Israel y hasta en China e India.

Fotografía por: Cortesía

Como suele ocurrir con muchas variedades históricas, su origen presenta dos versiones diferentes: una romántica y otra cruda y genética.

La romántica habla de su cuna en el lejano Oriente Medio y de su posterior traslado a Chipre, antes de instalarse en Francia, concretamente en la región de la Borgoña, ubicada al centro-noreste del país galo.

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Pero pruebas genéticas, realizadas por la Universidad de California-Davis, rastrean su origen a la Francia de la Edad Media, cuando la Chardonnay brotó de un cruce espontáneo entre la Pinot Noir (tinta) y la Gouais Blanc (blanca), ambas de linaje borgoñés.

En los años setenta, su existencia se circunscribía a Borgotá. De repente, en los ochenta y noventa se desató en el mundo una verdadera chardonnaymanía.

La expansión por los cuatro puntos cardinales lanzó a un segundo plano la mención a las denominaciones de origen más reconocidas de la variedad, como Chablis, Corton-Charlemagne o Montrachet.

¿Qué facilitó esa notoriedad? Primero, la Chardonnay es una uva muy versátil, porque se produce tanto en climas fríos como en templados y cálidos. Y al carecer de trazas aromáticas pronunciadas, permite obtener vinos de fácil acceso para el consumidor promedio: afrutados, suaves y frescos, con el encanto adicional de poder descorcharse en un día soleado o en una noche al pie de la chimenea.

El vino Chardonnay de clima frío exhibe sugerencias vegetales y cítricas, como repollo, acacia, pera, lima y limón, y si se cultiva en suelos calcáreos, manifiesta un trasfondo mineral. Tras su crianza en roble, sugiere aromas a nuez, mantequilla y palomitas de maíz.

Aquellos provenientes de zonas calurosas transmiten recuerdos a mango, banana y piña.

Al poder integrarse con facilidad a las vasijas de madera -transmitiendo en el camino sensaciones tostadas y a vainilla-, el mercado creó la falsa impresión de que esa era su verdadera identidad. Por lo tanto, cuando muchos enólogos y bodegueros quisieron volver a la versión original, los consumidores se desencantaron.

La Chardonnay se ha consagrado en España, Italia, Australia, California, Chile, Argentina, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Israel y hasta en China e India.

En la mesa, un Chardonnay joven (sin crianza en roble) armoniza bien con sencillas recetas de pescado. En el caso de los vinos más voluminosos y explosivos, en particular los añejados en roble, el espectro culinario se extiende a pescados grasos, mariscos, pollo asado, cerdo a la parrilla, productos ahumados del mar y quesos cremosos.

La Chardonnay también forma parte, junto con las tintas Pinot Noir y Pinot Meunier, de la clásica fórmula de elaboración del champán. Y si se utiliza como variedad única, da origen al clásico estilo del blanc de blancs.

En los últimos años se ha impuesto con euforia el Chardonnay sin madera. Ahora, si la crianza es inevitable o deliberadamente buscada, el tiempo de permanencia en el barril también se ha reducido notoriamente para no ocultar las sensaciones afrutadas.

En cualquier caso, un Chardonnay siempre agradará.

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