200 años de amores

Las parejas más representativas de cada época.

Por Redacción Cromos

19 de julio de 2010

200 años de amores
200 años de amores

200 años de amores

Ni las quebradas bajan por sus mismos lechos ni los mapas señalan los mismos límites ni las personas usan las mismas palabras que usaban hace ya todo este tiempo de ¿independencia?, de ¿madurez?, desde hace ya todos estos doscientos años de mandarnos solos nada ni nadie está en su mismo sitio.

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Nada ni nadie. Hace todo ese tiempo –o más– ni siquiera nos llamábamos Colombia como ahora y un pedazo muy grande del occidente era parte del imperio inca; y hubo toda una vida de repúblicas dentro de la República en la que el Cauca era casi todo, incluido el sur e incluidos otros territorios hoy tan soberbios y hubo toda otra época en la que el centro de todo eran las malocas donde se vivía y se sufría y se aprendía y se moría.

Así que si han cambiado límites, soberanías y hábitat, pues el amor tan frágil y tan veleidoso, el amor tan efímero y tan caprichoso, se ha modificado en sus formas y en sus esencias desde lo que había antes hasta lo que hay ahora, hasta este hoy dominado por los cuerpos y no por las almas que es lo que uno pudiera definir enfrentada la urgencia de decir qué es lo que ha pasado con el amor en estos doscientos años de la alguna cosa que estamos celebrando.

Aunque en ese principio el amor era distinto según las regiones, ahora se ha unificado en el usufructo de la corporalidad como comienzo y fin de todas las cosas. En ese principio, digo, las regiones estaban marcadas por el uso del amor como goce y ahí sí que fueron sobresalientes las diferencias entre la costa libertina y el interior casto como queda claro al recrear el siglo XIX con la literatura que hay a la mano.

Se vendrán encima los historiadores a alegar superficialidades en el juicio, pero me atengo para la conclusión a la historia en carne viva que narra García Márquez y en su proclamada diferencia de caribes y cachacos. Y más aún: la magistral primera parte de la mamotrética biografía del Nobel escrita por el juicioso inglés Gerald Martin es la constancia de un extranjero sobre el amor que se daba en esa Colombia de desiertos y de aguaceros y de desmadres.

Mientras en el llamado interior colombiano el amor sucedía a ritmo lento y por las vías ortodoxas, en la costa todo aquello era exuberante y bastardo. El amor era sexo sin adornos y en esos años iniciáticos el matrimonio era una excentricidad de pocos porque a lo que vinimos era a disfrutarnos y por ello las inmensas poblaciones donde la poligamia, con ese nombre o con el de queridazgo o de enmozamiento, fue una norma aplicada no sólo en los estratos salvajes en donde los concubinos se reproducían como conejos, sino en las alcurnias en donde el cuerpo ejercía de dictador y el amor era el placer.

Por ese ardor indiscriminado y esa facilidad del sexo como el pancoger, en la costa fueron (son) habituales los enlaces de primos con primas, sin esas barreras consanguíneas que, como tantas otras, han prevalecido en el interior solapado y reprimido de lo cual también hay constancia escrita en la literatura, y en el cine que lo ha escenificado, y en la música que le ha puesto melodía a esa diferencia amorosa-sexual.

Puedo si quiero –y quiero– arriesgar una teoría vulgar para que sobre ella caigan como buitres los historiadores y las histerias regionales: algo tiene que ver el sexo soterrado y prohibido de la zona andina con que en ella, en la región, se hubiera empecinado la violencia. Mientras en el litoral y tanto más abajo la Violencia, aquella con V mayúscula, no se enquistó y sólo apareció años más tarde, ya en el siglo XX cuando se alborotaron los conflictos de tierra y mucho después, en el XXI cuando irrumpió el paramilitarismo masacrador y ladrón. Digo yo.

Pero decía de la música y ahí tienes un testimonio en do mayor de la concepción del amor interregional. Mucho va de Los guaduales mensos y sosos, al alebreste revelador de, por ejemplo, La brasilera. Aquel bambuco, un amor paisajístico, parsimonioso y ceremonial, y este vallenato un amor carnal, incisivo y reivindicador de infidelidades. Y así todos los ejemplos que querás. Cantarle al amor interesado en el sexo era cuestión de parranda con ron y con derecho de petición, y hacerlo para honrar el amor del corazón romántico era cuestión de serenata con trío debajo del balcón o al otro lado de la ventana en donde dormía la amada Anastasia, cuyos padres se enorgullecían de los buenos modales del bello Antonio.

Y así. Y así, perseguido por la jerarquía eclesiástica y mal visto por la sociedad de las buenas costumbres, hubo un tiempo de cacería de amores desjuiciados. En el interior del país, en todas partes, el predominio de la Iglesia y su influencia en los gobiernos llegó a convertir en pena de cárcel el concubinato. Hablo del comienzo del siglo XIX hasta bien entrado en años. La posibilidad de quedar preso por concubinato fue ley que apenas se interrumpió de manera efímera entre 1853 y 1859, un pedazo de vida en el que los librepensadores nacionales lograron zafarse de las amarras ultraconservadoras de entonces que son las mismas de ahora pero menos.

Colombia seguía sin chistar los designios de la Iglesia que en el Concilio de Trento, en su décima quinta sesión, había instaurado la obligatoriedad del matrimonio como requisito previo, indiscutible, del amor carnal. Eso pasó en 1563, fue parte de lo que heredamos de la Conquista, y así seguimos largamente con la imposición del matrimonio como santísimo sacramento, lo que tiene una historia desde finales de siglo XII y que aún hoy es, para muchos y muchas, una condición sin dependes para poder acceder al arrunche.

Por eso en todas partes del país sucedían episodios en donde, por las noches, había brigadas que con linterna en mano buscaban a las parejas que se escondían a hacerse cositas entre los matorrales de los ríos o en los lechos de las quebradas. Parejitas que nunca imaginaron los tiempos de los moteles y que no se resistían a las tentaciones del cuerpo, echaban a perderse por entre los recovecos y hasta allí les llegaban curas y damas cristianas a perseguirles por inmorales. Lo que seguía era humillante: exposición pública de la pareja malentretenida, un juicio sumario y expulsión del territorio o pena de cárcel que estaba reglamentada y era oficialmente posible.

Muchos de los pueblos colombianos andinos fueron poblados por parejas desterradas de los centros urbanos por curas y autoridades competentes. Desplazados del siglo XIX no por conflictos de tierras sino por lujuria mal habida, que llegaron a abrir trochas en el país imposible de entonces. Y en esos pueblos se unieron a los colonos que habían llegado en filas indias de recuas en las que iban la amorosa familia; la esposa, los hijos, papás y mamás y todos lo demás, pero en la que también viajaban, cerrando las hordas de colonos, las mujeres de vida alegre, las putas que se encargaban de montar sus casas de servicio mientras los colonos abrían monte.

Así que si vas a buscar los orígenes de los pobladores de Urrao, de Amagá, de Santa Rosa de Osos, en Antioquia; o de Neira, en Caldas; y de centenares de pueblos más del Valle, del Tolima, del Quindío, del hoy Risaralda, te vas a encontrar con que muchas de las primeras parejas que llegaron habían vivido en amancebamientos en centros urbanos y al ser expulsados llegaron a esos despoblados en los que no había justicia ni leyes ni nada, no más nuestro amor.

Desde luego que ante aquella prohibición del amor libre surgieron en todas partes de esta Colombia solapada barrios inmensos habitados por mujeres dispuestas y distinguidos por faroles rojos que señalaban el sí se puede. En Medellín, por ejemplo, tan monacal, tan mamasanta, las celestinas cubrieron una época clave en el comienzo de la vida sexual de los primerizos. ‘La Pola’, ‘La Chula’, ‘La Manchada’, figuraron por años como anfitrionas de las casas consentidoras y también las hubo con nombre propio y apellido: Emilia Uribe y Honoria Rúa, las pioneras del servicio.

Porque amores mercenarios siempre ha habido. Ahora mucho más, en estos tiempos del prepaguismo tan popular. Pero siempre ha habido de ese amor y mucho más en estos tiempos en que el cuerpo es el templo ante el cual te rindes. El cuerpo trabajado en gimnasios extenuantes que mantienen firmes las nalgas y tensionados los muslos para comerte mejor, para que me comas mejor. El cuerpo trabajado también por el advenimiento de la parte estética de la cirugía plástica que permite la ficción de estar trepados en cuerpos al punto perfectos hasta cuando les descubres las costuras. Vivimos tiempos de la corporalidad detrás de la cual están las almas que ya no vemos ni ya parecen interesar.

A esas curvas y a esas firmezas y a ese estereotipo de la belleza se ha reducido el amor de hoy. Desde luego que no todo, se dirá, y se dirá en defensa de la existencia de otros amores que siempre los habrá. Porque siempre habrá amores imposibles, de los platónicos. Y hay amores ridículos todavía y amores intrépidos e inconclusos; imposibles e inconducentes. Habrá hasta el fin de la vida amores otoñales y amores remisos y primeros amores. Y amores perros. Sobrevivirá por siempre jamás el amor al arte. Y algunos –no todos– mantendrán el amor por la camiseta.

Sí han cambiado límites y soberanías, pues el amor –tan frágil y tan veleidoso, tan efímero y tan caprichoso– se ha modificado en muchas de sus formas y esencias.

Amor revolucionario. Policarpa Salavarrieta y Alejo Sabaraín

Todo estaba listo para que se casaran a mediados de 1810, pero se les atravesó la noticia del grito de independencia el 20 de julio. Desde ese día, su destino quedaría marcado para siempre por una vida de clandestinidad, intrigas y espionaje al servicio de la causa independentista. Fue un amor a distancia: ella desde Bogotá, infiltrada como costurera en las familias españolas, y él dirigiendo el conflicto entre Honda y Ambalema. Cuando Alejo cayó preso, vivieron su romance en cortas y conspirativas visitas en la cárcel. La captura de él daría pistas para la captura de ella, la noche del 10 de noviembre de 1817. Cuatro días después, los dos serían ejecutados.

Rafael Núñez y Soledad Román. Amor de escándalo

Él, político liberal reconocido, y ella, hija de una familia acaudalada, decidieron ignorar los preceptos morales de la sociedad colombiana de finales del siglo XIX y se divorciaron de sus respectivas parejas para unirse en una boda civil el 14 de julio de 1877 en París. Su amor sobrevivió a los ataques de los enemigos políticos de él y a los más funestos chismes contra ella hasta que, como en una romántica historia de novela, su unión fue bendecida por monseñor Biffi, justo cuando Núñez era presidente. Tras librar varias batallas políticas Núñez se retiró al lado de su amada en Cartagena, tierra natal de los dos.

Efraín y María Amor idílico

Esta pareja, quizá la más famosa de la literatura colombiana, representó el amor puro e intenso, un amor imposible, secreto, atravesado por la incertidumbre y el dolor. Un amor entre dos primos que no pudo realizarse plenamente pero que traspasaría las fronteras en forma de libro y los convertiría en mortales (hombre y mujer de carne y hueso) y a la vez inmortales. Efraín y María y su romance inconcluso fueron los protagonistas de la exitosa novela de Jorge Isaacs, María, publicada en 1867. Una historia que comprobaría que es posible morir de amor.

Simón Bolívar y Manuelita Sáenz. Amor patriota

Ella tenía 27 años y un matrimonio a cuestas cuando quedó flechada por el “halo del héroe magnífico y su indudable esplendor”. Desde ese domingo de junio de 1822, cuando Bolívar entró triunfante a Quito, Manuelita decidió dejarlo todo por él. Lo acompañó en el frente de guerra, fue su confidente y soporte en los momentos tristes cuando la Gran Colombia, su gran sueño, amenazaba con derrumbarse. Ni los odios ni las envidias hicieron mella en este romance que por momentos tuvo que vivirse a través de intensas cartas de amor. Ella sobrevivió con el dolor de no verlo morir, de cargar con el odio de todos sus enemigos y de sufrir el destierro y el abandono. Esta historia fue llevada varias veces al cine y la televisión, como en la serie Manuelita Saénz, en 1978.

Amor voraz. Arturo Cova y Alicia Barrera (La Vorágine)

Los protagonistas de una de las novelas más importantes en la historia de la literatura colombiana (La Vorágine, de José Eustasio Rivera), personifican una historia de amor tan compleja como apasionada. Arturo, quien huye con Alicia al ver que sus padres desean casarla con un terrateniente, pronto se da cuenta de que su carácter contradictorio será el principal obstáculo para su felicidad. Mujeriego e inestable, Cova decide abandonarla y vuelve a encontrarla tiempo después, luego de que varias mujeres han pasado por su vida. Basta mirar la primera frase de la novela para encontrar la clave de su carácter: “Antes de que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”.

Mariano Ospina y Bertha Hernández. Amor en el poder

Pocas parejas fueron tan activas en materia política como la formada por Mariano Ospina Pérez –presidente de la República entre 1946 y 1950–, y Bertha Hernández. Nacidos ambos en Medellín, se casaron el 18 de julio de 1926 y estuvieron juntos durante 50 años, hasta el fallecimiento de Ospina en 1976. La pareja contrajo nupcias justo en el momento en que el futuro mandatario comenzaba el ascenso de su carrera política y había dejado atrás sus amores con Helena Ospina Vásquez, hija de su tío Pedro Nel Ospina, también presidente de Colombia. Fruto de la unión nacieron Mariano, Rodrigo, Fernando, Gonzalo y María Clara Ospina Hernández.

Ignacio Torres y María Cano. Amor rebelde

La primera líder política en Colombia que luchó por los derechos de los trabajadores –y fue proclamada por ellos como “La Flor del Trabajo”–, tuvo una relación intensa a lo largo de su vida con Ignacio Torres, el líder sindical antioqueño que la siguió durante varios años en sus giras políticas alrededor de diferentes zonas obreras del país. En 1925, Torres la describió así: “Menudita, ágil y de bien distribuidas formas. De talle fino y manos y pies pequeñitos, blanca aperlada, de cara ya marchita”. Pese a que fueron detenidos y encarcelados en varias oportunidades, se mantuvieron juntos en la lucha por los derechos obreros y en 1926 fundaron el Partido Socialista Revolucionario (PSR).

Eduardo Santos y Lorencita Villegas

Sellaron su promesa de amor en la iglesia de La Veracruz en Bogotá, cuatro años después de que Santos le comprara al hermano de Lorencita el diario El Tiempo. Ella fue la primera en acompañar a su esposo a las correrías políticas que lo llevarían a la Presidencia en 1938 y marcó un estilo de primera dama muy activa en labores sociales, pero siempre al lado de su marido. Era una pareja elegante, inteligente y discreta, que de manera abnegada aceptó la muerte prematura de su única hija, Clara. En su memoria doña Lorencita levantó decenas de obras sociales por todo el país que don Eduardo continuó después de su muerte temprana.

Doris Gil y Helmut Bickenbach. Amor hasta la muerte

Desde que se conocieron en una feria ganadera en Buga a mediados de los cincuenta, Doris Gil y Helmut Bickenbach no se separaron. Su amor era tan fuerte que cuatro meses después de que la paisa se llevara el título de Señorita Colombia en 1957 por el departamento de Antioquia, ella decidió cederle la corona a la virreina Luz Marina Zuluaga para poder casarse con el empresario de ascendencia alemana. El 8 de noviembre de 1958 la pareja se casó frente a 500 invitados, incluidos los ex presidentes Alfonso López Pumarejo y Alberto Lleras Camargo. Cuarenta y cuatro años de matrimonio fueron suficientes para dejar con la boca cerrada a quienes criticaron su decisión. En junio de 2003 la pareja fue asesinada por las Farc tras siete meses de secuestro.

Lizardo Díaz y Raquel Ércole . Amor de espectáculo

Más de 50 años de matrimonio confirman a Raquel Ércole y Lizardo Díaz como una de las parejas más sólidas en el mundo del espectáculo. Se conocieron en un Reinado del Café, en Manizales; Lizardo –el popular Felipe del dúo Los Tolimenses– tenía 28 años y Raquel, 16. Pese a la diferencia de edad, el flechazo fue inmediato: cuando regresó a Bogotá Díaz averiguó su teléfono y comenzó a llamarla. Se casaron en 1957 y, hasta la fecha, ambos aseguran que jamás se les ha pasado por la cabeza la idea de separarse. El matrimonio dio tres hijos (Guido, César Augusto y Patricia) y siete nietos.

Amor peregrino. Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha

Hace 11 años, durante el Foro Iberoamérica celebrado en México, Gabriel García Márquez se presentó: “Yo soy el marido de Mercedes”. Así de simple y así de cierto. Se casaron en 1958, cuando Gabo era apenas un aprendiz de escritor, cuando ni siquiera vislumbraba la gloria. Mayor virtud para Mercedes Barcha, que desde entonces ha sido su soporte en las buenas y en las malas. Célebres son las deudas que adquirió con el carnicero de la esquina para sostener a la familia en México mientras Gabo escribía Cien años de soledad; y célebre también es la frase que pronunció cuando ambos enviaron la novela por correo a Buenos Aires, en busca de un editor: “Solo falta que sea mala”. Gaba, como se le conoce cariñosamente a Mercedes, es la que le organiza las finanzas a Gabo y la que da el visto bueno para las inversiones… y para los amigos. Mercedes no solo es su gran amor; también su conciencia.

Los suicidas del Sisga. Amor inmortal

La imagen no puede ser más elocuente ni más estremecedora: la de una pareja de campesinos que decide tomarse una última foto antes de lanzarse a la muerte en las aguas de la laguna del Sisga. Sucedió en 1965 y le sirvió a Beatriz González, una de las artistas más sobresalientes de Colombia, para elaborar una obra de intensidad sobrecogedora, uno de los hitos del arte nacional. Ella misma dice que no le interesaba la historia de la pareja, sino la imagen. Pero la imagen dejó sentada la historia: una foto casi matrimonial, un testimonio de un amor que, por imposible, sería eterno.

Florentino Ariza y Fermina Daza. Amor paciente

Inspirado en la historia de amor de sus propios padres, García Márquez traza en El amor en los tiempos del cólera una epopeya de la romántica espera: la que Florentino Ariza sufre gracias a su amor por Fermina Daza. Un amor imposible, un amor intenso, un amor eterno, un amor paciente ajeno al tiempo y al espacio que García Márquez cose con la genialidad de alguien que ha sabido amar. Los protagonistas, ya épicos, desbordaron la novela y hasta cobraron vida propia en el cine en las figuras de Javier Bardem y Giovanna Mezzogiorno, en la película de Mike Newell estrenada en 2006.

Lucho Bermúdez y Matilde Díaz. Amor de fiesta

Las nuevas generaciones no lo saben, pero hace cincuenta años era imposible hablar de Lucho Bermúdez sin asociarlo con Matilde Díaz. Y viceversa: hablar de Matilde Díaz derivaba inmediatamente en Lucho Bermúdez, uno de los compositores colombianos más prolífico. El maestro construyó su gloria, en muy buena medida, gracias a la voz de esa cantante excelsa que conoció a mediados de los años cuarenta y que armonizaría perfectamente con la orquesta que organizaba entonces. La fusión no solo fue melódica: terminaría en un romance que duró 18 años y que dejó como fruto varios discos inmortales y una hija: Gloria María. Las giras, los compromisos y los fandangos hicieron inevitable la ruptura, pero ya habían pasado a la historia.

Judy Henríquez y Bernardo Romero Pereiro. Amor sin melodrama

Cuando Judy conoció a Bernardo, ella estaba protagonizando su primera telenovela: Destino: la ciudad. De entrada, no la impresionó y su corazón pertenecía al actor Carlos Duplat. Pero Bernardo no se rindió y cuando Duplat se fue a estudiar a Europa, la conquistó. En 1968 se casaron, estuvieron juntos por 37 años y tuvieron dos hijas. Ella actuó en algunas de las historias que él escribió, como Camelias al desayuno, Escalona, Las Juanas y Señora Isabel. Hace cinco años murió Bernardo y Judy sigue frente a las cámaras, con una historia de amor sin final porque asegura que él sigue acompañándola.

Alfonso López Michelsen y la Niña Ceci. Amor consentido

Nunca fueron novios oficiales, pero desde niños supieron que serían marido y mujer. Ese día llegó en 1938, en una sobria ceremonia que los llevaría luego a vivir 10 años en una finca de Engativá. Rumbera, cómplice, pero siempre bien puesta estuvo la Niña Ceci al lado del presidente López durante 69 años. Se les veía por igual en los actos protocolarios de Palacio como jugando tenis en un club o gozando las legendarias parrandas del Festival Vallenato. López siempre estuvo rodeado de mujeres hermosas, pero fue ella, Cecilia Caballero Blanco, la que conquistó su corazón hasta la muerte.

Gloria Pachón  y Luis Carlos Galán. Amor cómplice

Aunque su noviazgo comenzó el 20 de julio de 1969, esta historia se remonta a 1953, cuando un niño le pidió una azucena a Gloria en la floristería de su familia para las fiestas de la Virgen en el colegio. Cuando se encontraron en la redacción de El Tiempo, Luis Carlos le dijo que ese niño era él y en medio de debates periodísticos nació su relación. Ella se convirtió no sólo en esposa sino en su compañera de aventuras políticas y en la madre de sus tres hijos: Juan Manuel, Claudio y Carlos Fernando. La pareja se quedó en la memoria de los colombianos como símbolo de valentía, aun después de casi 21 años del asesinato de Galán.  1947

Gloria Valencia de Castaño y Álvaro Castaño Castillo. Amor clásico

Cuando Gloria Valencia vio a Álvaro Castaño Castillo con el libro Estudios sobre el amor, de Ortega y Gasset, supo que el niño inmaduro que solía molestarla a ella y a sus amigas en el Colegio Nacional en Ibagué, era en realidad el hombre perfecto para ella. “El bogotanito de bigotico boquirrubio” como ella lo llamaba, se convirtió en su marido en junio de 1947 y desde entonces no han parado de trabajar juntos. La emisora HJCK –fundada en septiembre de 1950– ha sido uno de sus proyectos más exitosos que da testimonio de 63 años de amor, devoción y profesionalismo.

Don Chinche  y la señorita Elvia. Amor inocente

El romance duró siete años y marcó una época por ser desinteresado, ingenuo y de apenas unos besos robados que hacían sonrojar a esta pareja. La historia de amor de Don Chinche y la señorita Elvia nació en un barrio popular, en medio de las preocupaciones por sobrevivir siendo inmigrante en una ciudad donde la mayoría de las personas pierden su inocencia. Una relación de miradas, risitas detrás de la puerta y sueños que se sellaron con su matrimonio en el episodio final de una de las series inolvidables de la televisión colombiana.

Virginia Vallejo y Pablo Escobar. Amor por fuera de la ley

Aunque han pasado más de 20 años del final de la relación, la noticia del romance entre el entonces capo de la mafia más buscado del mundo y la diva de la radio y la televisión, sorprendió a los colombianos en 2007. Todo comenzó después de que él la salvó de morir ahogada en un río, en un paseo en la hacienda Nápoles durante el cual, según ella, descubrió un hombre diferente a todos los que la cortejaban. Un romance escabroso, pues Escobar había construido un imperio con el negocio del narcotráfico y se convertiría en uno de los asesinos más sanguinaros de Colombia. Virginia dice que se enamoró del mafioso antes de ser el criminal que puso en jaque al país. El mismo que muchas veces le dijo: “Tú vas a ser mi Manuelita”.

Carlos Vives y Margarita Rosa de Francisco. Amor  de novela    Su romance fue realmente de novela. Carlos Vives y Margarita Rosa de Francisco se conocieron en 1986 durante un casting en la oficina de Julio César Luna en Caracol Televisión, quien dirigía la novela Gallito Ramírez y buscaba nuevas caras. Los dos fueron elegidos para protagonizar la novela y después de meses de grabaciones, de invitaciones a trotar, a comer o a tomarse un trago, la historia de amor entre Javier Ramírez, un humilde cartagenero que soñaba en triunfar como boxeador, y la niña bien de la alta sociedad, “La niña Mencha Lavalle”, pasó de las pantallas a la realidad. Las estrellas de la televisión se casaron el 20 de agosto de 1988 y la iglesia de La Merced en Cali fue escenario de un cuento de hadas que sólo duró dos años. Dicen las malas lenguas que todo terminó cuando la infidelidad del galán fue descubierta en Puerto Rico.

Andrés Pastrana y Nohra Puyana. Amor confesado

En 1978 Juan Manuel Santos invitó a su amiga Nohra Puyana a una corrida de toros de Palomo Linares en Cartagena. Entonces Andrés Pastrana y Nohra se vieron por primera vez y ya nunca se separaron. Tres años después, cuando Pastrana era concejal de Bogotá, se casaron en la misma ciudad en la que iniciaron su romance. De paso, inauguraron la moda de ir a casarse en Cartagena. Celebraron la boda en la iglesia San Pedro Claver y en medio de curiosos que les lanzaban flores, caminaron hasta el lugar de la fiesta, el Bodegón de la Candelaria. La frase “Nohra, los niños y yo...”, atribuida a Pastrana en los tiempos de su Presidencia, habla a las claras de la unión familiar de la pareja y la de sus tres hijos: Santiago, Laura y Valentina.

Amparo Grisales y Margarita Rosa de Francisco. Amor... y otros pecados

En 1988 Amparo Grisales y Margarita Rosa de Francisco protagonizaron uno de los romances más controvertidos en la historia de la televisión de Colombia. Los pecados de Inés de Hinojosa, telenovela basada en el libro de Próspero Morales Pradilla y dirigida por Jorge Alí Triana, fue el espacio en donde las actrices dejaron muy al descubierto, con bellos desnudos, la primera relación homosexual entre mujeres vista en las pantallas de los colombianos. Los encuentros eróticos de las primas Inés y Juanita de Hinojosa, que al mismo tiempo compartían el amor de don Pedro Bravo de Rivera, todavía hoy son tema de conversación. Una polémica que originalmente se vivió en la Tunja colonial del siglo XVI, donde la venezolana Doña Inés se hizo conocer gracias a sus apasionadas relaciones, además de las extrañas muertes de sus dos maridos.

Gaviota y Sebastián Vallejo. Amor aromático

En medio de los cafetales de la hacienda Casablanca, en Manizales, se enamoró Teresa Suárez, una recolectora de café conocida como Gaviota, de Sebastián Vallejo, nieto del dueño de la finca y quien antes de conocerla, no había estado con ninguna mujer. Ambos se juraron amor eterno pero las diferencias sociales y los problemas familiares se encargaron de ponerlos a prueba. Esta historia de amor se robó el corazón del público en la telenovela Café con aroma de mujer, protagonizada por Margarita Rosa de Francisco y Guy Ecker.

Paola Turbay y Alejandro Estrada. Amor ideal

No debe ser fácil estar casado con una de las mujeres más lindas y exitosas de la televisión colombiana. Pero Alejandro Estrada, un publicista paisa, no sólo se ganó su corazón apenas un año después de haber sido elegida como Virreina Universal de la Belleza, sino que ha estado a su lado durante 16 años. Esta pareja representa esas uniones tranquilas, estables, con dos hijos hermosos que ya salen en televisión y una mujer que triunfa, que es deseada y exitosa. Una madre abnegada que se riega en elogios hacia su marido y que se declara felizmente casada.

Rafael Escalona y Marina Arzuaga ‘La Maye’. Amor vallenato

Todo comenzó como un amor de adolescentes. A los 17 años todos le decían a Marina Arzuaga que el amor de Escalona no le convenía, que él era muy parrandero y mujeriego. Pero ‘la Maye’ se dejó enamorar con sus canciones. En 1947, antes de irse de Valledupar a seguir estudios en el Liceo Celedón de Santa Marta, le compuso La despedida: “No llores, mi Maye, no llores más / que a mí me duele verte llorar...”, y a pesar de la distancia el romance continuó. Se casaron en 1951 y el único matrimonio legal del compositor les alcanzó para tener seis hijos: Ada Luz, Rosa María, Abril Margarita, Juan José, Rafael ‘El Pirry’ y Perla Marina. Un matrimonio que a pesar de los perdones públicos a través de las canciones, no resistió las constantes infidelidades del autor... “Por causa de la brasilera, / que no ha sido culpa mía, / la Maye está resentida / y yo apenado con ella”. El amor fue inmortalizado en la serie de televisión Escalona, protagonizada por Carlos Vives y Florina Lemaitre en 1992.

 Antanas Mockus y Adriana Córdoba. Amor simbólico

El día que hablaron por primera vez hubo tanta empatía que pasaron todo el día juntos. Fueron a la universidad Nacional, llevaron a lavar el Renault 4 de Antanas e incluso se tomaron un cafecito. Se volvieron tan inseparables que después de unos meses Adriana se fue a vivir con él al barrio bogotano de Quinta Paredes. Entonces el ex candidato presidencial entendió que era la mujer de su vida, y le propuso matrimonio a través de una emisora. La carpa del Circo de los Hermanos Gasca sirvió de iglesia. Los ramos de zanahorias, tigres sentados al lado de la pareja y un elefante en lugar de carro, hicieron que el matrimonio se convirtiera en uno de los más excéntricos.

Beatriz Pinzón Solano y Armando Mendoza. Amor sin condiciones

Su inteligencia y fidelidad fueron suficientes para ganarse el corazón de uno de los mujeriegos más famosos del mundo de la moda en la telenovela Yo soy Betty, la fea. A pesar de su frenillo, gafas que parecen lupas y vestidos de abuelita, Betty (Ana María Orozco) enamoró a su jefe, don Armando (Jorge Abello), a quien ayudó y defendió en las peores situaciones cuando nadie más creía en él. Su complicidad se transformó en un amor por el que pocos apostaban pero que demostró que, a la hora de conquistar, la belleza no es lo principal.

Connie Freydell y Juan Pablo Montoya. Amor sin freno

Después de haberle negado un autógrafo al ex novio de Conny en 1999, fue ella quien se le acercó a pedirle otro cuando se encontraron por segunda vez en Andrés Carne de Res. Desde entonces no se separan. Después de tres años de noviazgo con visitas divididas entre Mónaco, Madrid y Miami, la pareja se casó en Cartagena el 26 de octubre de 2002 ante 300 invitados. La abogada le puso freno a la vida alocada del piloto colombiano. Tienen dos hijos y uno en camino y, como en los cuentos de hadas, viven felices en Miami.

Shakira y Antonio de la Rúa. Amor cantado

La popular cantante barranquillera y el hijo mayor del ex presidente argentino Fernando de la Rúa están juntos desde hace diez años, cuando se conocieron en un restaurante. Pese a los constantes rumores sobre su separación (a Antonio lo han acusado varias veces de infidelidad y a Shakira han tratado de endilgarle romances con artistas como Alejandro Sanz), lo cierto es que conforman una pareja sólida: mientras la cantante continúa triunfando con su música, Antonio ha sido clave a la hora de firmar varios de los contratos más importantes de su carrera. Aunque mucho se ha especulado sobre su boda, la realidad es que ninguno de los dos se ha pronunciado al respecto.

Karen Martínez y Juanes. Amor parcero

Su historia de amor es típica del mundo de la farándula: él es el cantante más famoso del país, casado con una actriz y ex reina de belleza. Se conocieron en el rodaje del video de Podemos hacernos daño y el flechazo fue inmediato. A pesar de los compromisos de cada uno, Juanes en gira y Karen grabando, la relación avanzó. Antes de decir sí, nació su primera hija, Luna, se casaron y no esperaron mucho para la segunda, Paloma. Mientras tanto, se convertían en una de las parejas más famosas de Latinoamérica. Después de una crisis hace tres años y una separación temporal, volvieron a intentarlo. El año pasado, con la llegada de su hijo Dante, la pareja demostró que su amor es más que un ratico.

 Luis Fernando Montoya y Adriana Herrera. Amor que lo vence todo

Estaban juntos aquel 22 de diciembre de 2004, cuando el Profe fue herido por defender a Adriana del ataque de unos ladrones. Siguieron juntos en la penosa y larga recuperación, que incluyó cinco cirugías, la utilización de varios aparatos, prolongadas sesiones de terapia y una gran dosis de paciencia. Ella dejó su trabajo para dedicarse de lleno a su esposo y a su hijo, para trabajar junto al equipo médico y para lograr la milagrosa recuperación: “Desde ese día yo dejé de vivir mi vida para vivir la de Luis Fernando”. Una gran coequipera para el campeón de la vida.

La gorda Fabiola y ‘Polilla’. Amor divertido

Su amor nació entre chiste y chiste en los estudios de Caracol Televisión, cuando Nelson Polanía era un concursante de Los cuentachistes y Fabiola, integrante del elenco. ‘Polilla’ llegó ese año a ser parte del equipo y de inmediato se conectó emocionalmente con su gorda. El noviazgo se hizo evidente en poco tiempo y tuvieron que soportar una avalancha de chistes y comentarios, que aún reciben con mucho ingenio: “Ella no está gorda sino llena de amor”, dice él. Con catorce años juntos y dos hijos, esta pareja demuestra que se puede vivir de humor.

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