En el 2017, las mujeres se atrevieron a gritar ¡#YoTambién!

Este año, como nunca antes, las mujeres confesaron ser víctimas de maltrato, discriminación, acoso y abuso sexual. ¿Sirvió de algo?

Por Redacción Cromos

12 de diciembre de 2017

En el 2017, las mujeres se atrevieron a gritar ¡#YoTambién!
En el 2017, las mujeres se atrevieron a gritar ¡#YoTambién!

Por: Natalia Roldan Rueda.

 

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Primera golpiza, Bogotá: él, Carlos Arbeláez, no es una persona violenta, se equivocó, seguramente no volverá a pasar. Segunda golpiza, México: la coge a patadas y le destroza la cara. A ella, María Paula la Rotta, solo le quedan alientos para llorar. Habían pensado en matrimonio e hijos. Estaba enamorada. Dependía económicamente de ese monstruo que desconocía. Tercera golpiza, Cali: la mechonea frente a su mamá y eso le abre los ojos. Última golpiza, 4 de febrero del 2017: ojos morados, rostro inflamado, dedo mordido y una amenaza: “Si me denuncias mato a tu gato”. Él nunca cambió, pero ella sí. Se atrevió a romper el silencio. Tomó medidas legales.  Y contó su historia en redes sociales: “Si no hay un castigo jurídico, al menos debería haber uno social”. 

 

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María Paula la Rotta

Además de ella, otras mujeres denunciaron públicamente haber sido maltratadas, como Leidy Franco, Stella Conto y Laura Juliana Rodríguez. 

 

Para María Paula, el primer efecto práctico de haber hecho pública su historia fue que, después de ella, muchas otras se atrevieron a alzar la voz. Alrededor de 54.300 mujeres, a octubre de este año, denunciaron violencia de género, de acuerdo con cifras del Ministerio de Salud. Cada doce minutos una de ellas fue maltratada (según Sisma Mujer) y, más o menos, la mitad de esos casos (26.400) fueron provocados por sus parejas. Durante los últimos doce meses vimos, como nunca antes, imágenes de mujeres ensangrentadas, hinchadas y adoloridas en redes sociales. Este fenómeno puede tener dos lecturas: existe la posibilidad de que haya aumentado la agresividad contra el género femenino, y está la alternativa de que ellas hayan estado más dispuestas a compartir sus historias. 

 

Denuncias como la de María Paula tienen una relación muy estrecha con otro movimiento que este año se viralizó en todo el mundo: #YoTambién. Millones de mujeres confesaron que fueron víctimas de acoso o abuso sexual. Con sus revelaciones cayeron cineastas, actores, políticos, periodistas, presentadores… 

 

Todo parece indicar que ellas se cansaron de callar, de lavar la ropa sucia en casa, de sufrir en silencio. Unidas y fortalecidas por un sentimiento de comunidad, vencieron sus miedos y se atrevieron a gritar. Incluso se pronunciaron en contra de la discriminación: decenas de escritoras colombianas mostraron su indignación ante la ausencia de mujeres en las actividades del año Colombia-Francia. Han sido doce meses revolucionarios, que seguramente dejarán una huella histórica, pero, en términos prácticos, ¿cuáles han sido las repercusiones de alzar la voz? 

 

El alcance de un grito

 

Según cifras de Sisma Mujer, por lo menos una mujer es asesinada por su pareja cada tres días en Colombia (para septiembre, ya eran 95, de acuerdo con el Ministerio de Salud). Y la mayoría de estos crímenes son anunciados: antes de la muerte vino un golpe, y otro y uno más fuerte. Por eso las denuncias son tan importantes, son una alerta, ya que lo peor está por venir. Para María Paula la Rotta, alzar la voz además es clave para visibilizar la problemática: “Hay que despertar a las entidades públicas, demostrarles que no son casos aislados, que necesitamos una sacudida grande, protección y políticas públicas”. 

 

Gritar también implica liberarse. “Cuando hablé y recibí el apoyo de la gente por fin pude perdonarme –agrega María Paula–. No fue fácil, porque también recibes críticas, del estilo de ‘El segundo golpe es culpa tuya’”. Más vulnerable que nunca, con el alma a flor de piel, la culparon a ella. “Cada vida es distinta y a la gente le falta empatía. Yo estaba ligada económicamente a él, no era una decisión fácil de tomar porque quedaba en la calle”. Él se encargó de tener todo el control sobre ella y su caso es el de miles de mujeres, así que compartirlo era una luz para todas aquellas que estaban atrapadas y que pensaban que no tenían salida. 

 

Melba Escobar

Melba Escobar

También protestaron por la ausencia de mujeres en el año Colombia-Francia: Yolanda Reyes, Pilar Quintana y Carolina Andújar, entre muchas otras.

 

La campaña contra el acoso que se viralizó en el mundo, también tuvo ese efecto: “Quiero contarte por qué compartí un #YoTambién –se lee en un comentario de Facebook dirigido a la escritora Melba Escobar–. #YoTambién no fue una proclamación ‘antihombres, fue una declaración ‘pro-yo’. Tampoco fue una acusación o una denuncia (¡ya para qué!), fue algo que compartí porque quiero contribuir a que la gente (y digo gente, no solo mujeres) que ha experimentado algún tipo de abuso o acoso sexual no se sienta sola. Tú sabes cuál es mi trabajo y mis pacientes, de todos los géneros y orientaciones sexuales, lidian con una soledad ni la hijueputa”. 

 

Melba, por su parte, a propósito de la invisibilización de las mujeres en el ámbito literario, escribió en El País de Cali: “En los libros que tuve a mi alcance, encontré a alguien como yo. Ahí estaba el eco de mi angustia, así como algo parecido a una respuesta a mis preguntas más existenciales. Pude hacer un recorrido que me permitió ir encontrando el camino. Me perdí muchas veces. Me aburrí, me molesté, me cuestioné y poco a poco fui encontrando a mis ‘parientes’, esas entre quienes llegué finalmente a casa, luego de un largo viaje. En esa casa, donde habitan mis ideas, mis certezas y perplejidades, estoy rodeada de mujeres. Mujeres en quienes encontré una afinidad vital. Joan Didion, Pearl S. Buck, Toni Morrison, Zadie Smith, Hebe Uhart, Samanta Shweblin son algunas de ellas. Y si bien hay unos hombres gigantes, a quienes admiro y respeto y me han guiado en la ruta, también es cierto que en ellos no me vi reflejada, ni llegué a descubrirme como sí ocurrió con las voces femeninas. Es por eso que la literatura debe ser plural”.

 

En esa columna, Melba hace un aporte muy valioso al debate, ya que no se queda simplemente en el discurso de la igualdad  frente a los hombres (que es válido y clave), sino que explica que la visibilización de las escritoras no solo es importante para el medio literario sino para la sociedad, para todas las niñas y jóvenes que van detrás de ellas: “La posibilidad de acercarme a otras mujeres, tantear sus miedos, deseos, necesidades y batallas me ha permitido encontrarme –le contó a Cromos–. Bien sea desde la literatura o desde otros ámbitos, las mujeres necesitamos encontrarnos con esas parientas, esas hermanas espirituales en quienes podemos ver un espejo, un modelo, un ideal. Ojalá cada vez haya más mujeres científicas, académicas, empresarias, artistas, políticas, escritoras...”.

 

Lo que hay que repensar

 

Desde las 3:00 de la mañana, María Paula esperó en las puertas de Medicina Legal. Estaba en piyama (salió corriendo después de la golpiza) y moría de frío. Le abrieron a las 7:00 (no hay servicio 24 horas) y le informaron que primero debía ir a que la valorara un médico. Días después, una vez empezaron las audiencias, la fiscal que llevaba el caso cambió el acuerdo: se había hablado de un pago de 50 millones y finalmente fueron 25. Para rematar, cuando se terminó el proceso, la jueza comentó irónica: “Estas son las cosas del amor”. Todos esos hechos se sumaron e hicieron que María Paula también fuera víctima de la ineficacia y el machismo del sistema. Como le ocurrió a Claudia Rodríguez, quien acudió al menos cuarenta veces a la Policía antes de que su expareja la asesinara en el Centro Comercial Santafé. 

 

Si los sistemas judicial y policial son ineficientes e indolentes, si la tasa de impunidad en los casos de violencia de género ronda el 95%, si las mujeres se sienten más vulnerables a la hora de denunciar que sus parejas son maltratadoras, y si encuentran más trabas que soluciones en el momento de contar su historia, seguirán calladas, caminando al borde del abismo. 

 

“A mí me da miedo que me quiten la medida de protección, aunque en realidad no garantice nada. Simplemente permite que la Policía de mi cuadrante y los celadores estén más vigilantes –explica María Paula–. Nada de lo que ofrece la ley es suficiente ni práctico. Yo gasté días haciendo vueltas para el denuncio, ¿qué hacen las mujeres que ni siquiera tienen para el transporte? Y ni hablar de las que han sufrido de violencia psicológica, que no tienen morados que les sirvan de pruebas para confirmar que son víctimas”. Necesitamos leyes, procesos, conciencia, practicidad. Necesitamos más organizaciones como la Fundación Maisa Covaleda, que guíe a las sobrevivientes que buscan respuestas para empezar una nueva vida.  Necesitamos pedagogía.

 

Mábel Lara

Mabel Lara fue una de las colombianas que confesó haber sido víctima de acoso durante su juventud.  Las denuncias de las colombianas fueron sin nombres y apellidos.

 

Y esa necesidad de educación se traslada a todas las esferas. “En referencia a la campaña del #YoTambién,  noté una ola de denuncias, honestas, duras, necesarias, pero que dejaron a la mayoría de los hombres mudos, dándose golpes de pecho o bien intentando mirar a otro lado, sintiéndose atacados aun si algunos de ellos nunca han acosado a una mujer”, dice Melba Escobar, quien considera que los hombres también son víctimas del patriarcado. “Tenemos que involucrar a los hombres –escribió en un mensaje de Facebook que generó mucho debate porque decía #YoNo, en lugar de #YoTambién–. Tenemos que entender cómo es eso de ser educado para ir siempre adelante, ser el que se declara, el que pide la mano, el que saca a bailar a la chica, el que siempre da el primer paso, el jefe, el proveedor, el responsable, el conductor elegido, el que regala las rosas, el agresivo, el activo, el audaz, el fuerte, pero luego tener claro que hay un límite. Y sí, el límite en unos casos es absolutamente claro. Pero luego ocurre que un piropo, cualquier piropo, es una forma de acoso (…) Y de ahí vuelvo a preguntarme cómo es ser ellos. Cómo será ser un hombre que jamás ha acosado a una mujer y de pronto está sumido en esta diatriba sorda que no nos deja escucharnos. O lo contrario, cómo es ser un acosador entre toda esta multitud. Cómo es. Qué tienen para decir. Cómo podemos pasar a otro estadio, uno donde de las acusaciones avancemos hacia otra manera de relacionarnos o entendernos”. Melba considera que la experiencia de denuncia compartida empodera y visibiliza, pero también sabe que “el cambio no lo vamos a lograr nosotras solas. El cambio solo va a ser posible cuando los hombres se declaren feministas, entiendan, valoren la igualdad y luchen por ella”.

Por Redacción Cromos

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