¿Quién era la mamá de Amparo Grisales?

Sencilla y tierna, así era. Le dejó el protagonismo a su hija, Amparo Grisales, y decidió quedarse por fuera del mundo del espectáculo.

Por Redacción Cromos

14 de marzo de 2024

Cuando Amparo Grisales nació los médicos "no daban un peso" por su vida. Era un bebé azul, caso raro en la medicina, porque doña Delia, su mamá, se había insolado en un día de campo, cuando faltaban ocho días para el parto. Por eso a pocas horas del nacimiento, algunos de los catorce tíos de la niña corrieron con ella hacia la iglesia, casi a media noche, y despertaron al párroco.

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El padre soyoliento y aún en pijama, bautizó al bebé que en cualquier momento podría morir. Pero Amparo, la cuarta de cinco hermanos, dio la batalla y después de veinte días, comenzó a recuperarse. Entonces, su bisabuela, que había criado a doña Delia lanzó su vatinicio: "Si la niña no se ha muerto, es porque mi Dios la tiene para algo grande en la vida".

Amparo Grisales y sus hermanas Patricia y Luz Marina, junto a su mamá Delia Patiño y su sobrino Gustavo Grisales.

Amparo Grisales y sus hermanas Patricia y Luz Marina, junto a su mamá Delia Patiño y su sobrino Gustavo Grisales.

Fotografía por: Instagram Amparo Grisales

Y se cumplió la profecía. Amparo ha figurado en la portada de todas las revistas nacionales y en las de algunas publicaciones internacionales. Es una actriz de éxito... en Colombia, todo el mundo la identifica. Pero doña Delia, su mamá, había sido un misterio. Nunca aceptó entrevistas, ni fotos, ni cámaras de televisión.

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Es que a doña Delia no le gusta posar. Eso se lo dejó a su hija. Ella quería ser simplemente la mamá de Amparo Grisales. Una madre como cualquier otra, que prefirió quedarse en el anonimato mientras Amparo se rodeaba de la fama. Por eso no fue fácil convencerla de que apareciera junto a ella en este reportaje. Pero se logró.

La simpatía era una de las virtudes de esta sencilla mujer, nacida en Pensilvania (Caldas). Mientras la maquillaban y la peinaban para la sesión de fotografía, doña Delia no hacia más que refunfuñar y burlarse de sí misma. "Parezco una muñeca de trapo", decía espantada ante aquello que para su hija era un quehacer cotidiano. Amparo solo soltó la carcajada.

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Haberse sometido a un tormento de esos a los que está acostumbrada su hija le pareció una experiencia "harta". No solo por tener que soportar que un peinador y un maquillador hagan con ella lo que quieran sino porque, además, se acuesta siempre a las ocho de la noche, y hacia la una de la mañana aún no había terminado.

Primero en el apartamento de Amparo y luego en el de Fanny Mikey, doña Delia, solo por complacer a su hija se vistió de negro y se dejó hacer lo que fuera necesario para que las fotos quedaran lo mejor posible. Amparo no dejaba de darle vueltas, "¿Cómo está la cuchita?", decía con cariño, descuidando a veces su propio arreglo, porque estaba convencida, de que en este caso, no era ella sino su madre la protagonista.

En algún momento llegó la comida china. Seguramente doña Delia hubiera preferido las mismas albóndigas de las que se antojaba cuando estaba en embarazo de Amparo. Pero Amparo, que hasta hace algún tiempo también las prefería, fue quien sugirió el pedido. Ya no come carnes; prefiere las ensaladas como las de repollo, zanahoria y aguacate que su madre prepara. ¿Qué les echa para que le gusten tanto? "Amor" , responden ambas al tiempo.

Doña Delia no fue rígida con sus hijos. Jamás se le ocurrió hacer con ellas lo que su abuela, que la había criado, hizo con ella: obligarla a esperar en la puerta de la iglesia, a las cinco y media de la mañana y sentada en un butaco, a que el párroco abriera la puerta para asistir a la primera misa del día. A sus hijos nunca los obligó, a nada que no quisieran. Por eso ni siquiera pensó en disuadir a Amparo cuando le comentó que quería ser actriz.

La sesión se prolongaba. Doña Delia continuaba sometiéndose a los arreglos y retoques entre fotografía y fotografía. Amparo no la descuidaba. "Mami, ¡estás divina!", le decía para animarla. Doña Delia solo sonreía y posaba. Siguiendo las instrucciones del fotógrafo, ladeaba la cabeza, la inclinaba hacia la de Amparo, subía el mentón, le ponía la mano en el regazo, aprovechando un breve descanso, observaba con ternura a su hija.

Le preocupa que Amparo no coma carnes. "Si no es con carnes, ¿con qué se alimenta uno? "Por eso aprovecha las visitas de su hija para ponerle trampitas gastronómicas. Amparo le pide que las retire Elle le dice que no y las deja cerca de Amparo, "por si acaso ahorita se antoja. Y Amparo termina pecando.

Amparo le heredó los pómulos. Doña Delia conserva aún la belleza de un rostro que en su tierra natal, y mientras era soltera , atrajo a muchos. "En esa época, los padres le pegaban a las muchachas cuando pillaban a una joven mirando hacia la ventana en que uno estaba. Y a mi me pegaron varias veces", dice, sin jactarse porque "yo no era la más bonita del pueblo".

Nunca ve televisión excepto cuando Amparo o Patricia, otras de sus hijas, aparecen en algún programa. Ninguno de sus cinco hijos les dio dolores de cabeza. Pero a Amparo, la cuarta, le tocaba regañarla porque nunca se levantaba para ir al colegio. Cuando Amparo era pequeña, lloraba por todo. "Le decíamos 'lágrima pronta'. Por lo que más lloraba era porque se le ensuciaba el vestido, los calzones o las medias", dice. "Pero también lloraba por pena, me acuerdo", agrega Amparo.

Doña Delia continúa posando. Solo por complacer a su hija, hasta se vistió de negro, el color que detesta y que Amparo adora. Doña Delia extraña su propia ropa, su propio maquillaje y su propio peinado. La están retocando. Está cansada, y Amparo le rodea el cuello con un abrazo. Doña Delia se mira al espejo del baño y lanza un suspiro: "No hay como ser uno mismo".

Continúa frente al espejo, en manos del peinador. Lanza un nuevo suspiro. Seguramente ahora volver a ser la madre de aquel bebé.

Fotos: Archivo Cromos.

Por Redacción Cromos

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