Julio Castañeda: "Las personas corren para alejarse de una bomba, yo voy hacia ella para desarmarla"

La oficina o el escritorio para este hombre de Sincelejo es cualquier lugar donde haya un paquete sospechoso. Como él, hay 150 policías más, especialistas en ir -contra su propio instinto de supervivencia- hacia lo que amenace con explotar, mientras el resto de la gente corre en dirección contraria. ¿Profesión o pesadilla?

Por Jairo Dueñas

28 de julio de 2015

Julio Castañeda: "Las personas corren para alejarse de una bomba, yo voy hacia ella para desarmarla"
Julio Castañeda: "Las personas corren para alejarse de una bomba, yo voy hacia ella para desarmarla"

Julio Castañeda: "Las personas corren para alejarse de una bomba, yo voy hacia ella para desarmarla"

Cómo explicar lo extremo que es su trabajo? ¿Cómo mostrar lo demencial que es su oficio, y al mismo tiempo ponderar su valentía? ¿Cómo describir la naturalidad con la que ellos se asoman al abismo, sin tildarlos de suicidas, sino, por el contrario, defensores a ultranza de la vida? 

Imagínese un mundo de ciencia ficción extremadamente explosivo que se activa con el más mínimo error que cualquiera de nosotros cometa en su trabajo: ¡BOM! ante un error ortográfico. ¡BOM! por un mal diagnóstico médico. ¡BOM! de un jugador que malogra un gol. ¡BOM! por un mal cálculo matemático. 

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Hágase la misma pregunta en su profesión: ¿Y si cada vez que fallo en lo que hago, una mina se activara debajo de mis zapatos? Y si así fueran las cosas, ¿Con qué ánimo nos levantaríamos todos los días para cumplir nuestros quehaceres de oficina? 

Aunque parezca absurdo y terrorífico esta es la realidad que vive este hombre de Sincelejo desde hace 18 años, primero como guía canino buscando bombas y luego, como técnico profesional en explosivos de la Dijín. 

Su nombre es Julio César Castañeda, tiene 37 años, dos hijos, una separación, un abuelo exmarino, un papá policía jubilado, dos hermanos patrulleros, otro infante de marina, y un empleo en el que se juega la vida todos los días. 

Conversamos en medio de una macabra exposición de bombas con el ingenio malevo de la delincuencia colombiana, en las instalaciones del Centro de Información Antiexplosivos y Rastreo de Armas. Una especie de museo de objetos rabiosos. El intendente Castañeda prefiere sentarse frente a un pequeño volcán hecho de PVC, con 113 kilos de explosivos, que habían dejado debajo de un puente para atentar contra los tanques blindados del Ejército, en Saravena, Arauca. Ese es su último trofeo desactivado.

 

¿Cuál es su frase de batalla de todos los días? 

Mi papá me dice: “Negrito, con paciencia, haga las cosas con paciencia”. 

 

¿Cuánto lleva como Técnico profesional en explosivos? 

Yo comencé en el año 2005. Muchos compañeros de la policía, que no trabajan en la especialidad, dicen que estamos locos porque mientras cincuenta personas corren alejándose de la bomba, nosotros vamos hacia allá para poder desarmarla.

 

¿Cuántos años de vida?

37 años.

 

¿Y en la policía?

Veinte años, cuatro meses y 23 días, si no me falla la memoria. Entré a la policía a los 17 recién cumplidos, después de hacer mi bachillerato en el colegio de la policía, Nuestra Señora de Fátima, en Sincelejo, Sucre.

 

¿Tiene presente el número de bombas desactivadas?

No, no. Porque no son solamente bombas desactivadas, también los pertrechos militares que la guerrilla tiene escondidos. En una de esas caletas puede haber cuatrocientos artefactos explosivos, entonces ahí se pierden las cuentas.

 

¿Lleva otra clase de cuentas?

Sí, los 10 años de tener la bendición de estar vivo.

 

Entonces, ¿cero accidentes de trabajo?

Ninguno, gracias a Dios. Pero sí pérdida de audición, que es lo que más se sufre en esto. Del oído izquierdo, 55%, y 35% del derecho. A pesar de que nos dan tapa oídos electrónicos y toda la tecnología, las detonaciones siempre son fuertes y, aunque uno tome mucha distancia, con cada una se va sumando pérdida de audición... pero, igual, no quiero retirarme.

 

¿Usted dónde vive?

En Bogotá, frente a la Dijín, en el barrio Modelia.

 

¿En el barrio saben lo que usted hace?

Es un barrio muy concurrido, viven muchos policías, pero no, específicamente, no saben a qué especialidad se dedica cada uno.

 

¿Y no siguen ningún protocolo de seguridad?

Nos recomiendan discreción al máximo, porque trabajamos desarmándoles bombas a los grupos terroristas y, obviamente, ellos no van a estar muy contentos con eso. Somos policías, eso de pronto no se puede tapar, pero sí nuestro trabajo como técnicos en explosivos.

 

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Una bomba muy cerca

¿Cuál ha sido la vez que más cerca ha estado de un bombazo?

Arrancando como guía canino en zona rural de El Banco, Magdalena. Estábamos con el EMCAR, Escuadrones Móviles de Carabineros, que eran los grupos de contraguerrilla en ese tiempo. Pasábamos por las ruinas de la antigua casa de un narcotraficante, cerca al río Magdalena. Íbamos hacia las montañas, a ver si podíamos tener contacto con la guerrilla.

 

¿Cuál era su trabajo?

Hacer una revisión del camino con los perros y no encontramos nada. Entonces por donde yo me había metido se hizo una senda de seguridad. A las nueve de la noche les dí la orden a los patrulleros de no meterse debajo de un árbol donde había madera, bloques y zinc arrumados, que es lo que generalmente uno utiliza en el monte para crear una cocina. Era muy obvio que alguien quería que nos metiéramos ahí. Y cuando estaba cenando, escuché una detonación. Era debajo del árbol. Cuatro muchachos se sentaron y posteriormente llegó otro a pedirles un cigarrillo y ese fue el que activó el artefacto. En la mañana fui a revisar el sitio donde había sido la detonación y, ¡oh sorpresa!, había un cráter inmenso y era por encima del camino donde yo estuve arrodillado y rebuscando. ¡No me tocaba morir ese día!

 

¿Qué pasó con los patrulleros?

El muchacho que pisó la mina murió en El Banco, Magdalena, a las 2 de la mañana, otro muchacho perdió un ojo y los otros tres quedaron con esquirlas en la espalda y varias partes de su cuerpo. 

 

¿Cómo explica que no lo haya matado a usted?

El cadáver estaba sobre la vía que yo había abierto, pero como yo no revise más allá cuidando mi seguridad, debajo del árbol estaba la jeringa y el muchacho sí la piso.

 

¿Una jeringa?

Una jeringa que está ahí en el suelo y solamente sale un poco del émbolo y en la parte del émbolo tiene un contacto, un alambre, y abajo tiene el otro alambre. Cuando se pisa hace que la corriente de una batería de 9 voltios, que está abajo también con la carga, cierre el circuito y haga explosión.

 

¿Cuánto puede durar una bomba de esas?

Dependiendo de la calidad de la batería. Si es una batería de 4.000 pesos, te va a durar muy poquito, pero si ya hablamos de una batería industrial, que tienen muchos amperios, va a tener una larga vida.

 

Un buen recuerdo en su oficio.

En el año 2007 me fui a realizar un curso de explosivos a Inglaterra, por un mes, y dejé a mi perra, “Penta”, a cargo de un comandante en Cartagena. Y desde allá me enteré por las noticias de que ella había detectado una bomba muy cerca al lugar donde minutos antes había estallado un artefacto. Todos saben que después de que estalla algo llegan los jefes a tomar declaraciones, a colaborarnos con las entrevistas para dárselas después a la prensa. Cuando estaban en eso, mi perra pasó y detectó otro artefacto que estaba en la parte de afuera, cerca a unas bolsas de basura, se sentó frente a la caja y después acudió el técnico de explosivos y realizó una detonación controlada. Les salvó la vida no solo a los comandantes, sino a mucha gente que estaba cerca.

 

"No soporto el chillido de los frenos"

¿Un sonido que le moleste?

Cuando frenan los vehículos y hacen ese chillido. Ese roce de las pastillas, cuando ya son viejas y pega metal con metal, ese silbido es muy fuerte y me afecta mucho.

 

¿Y un sonido grato?

La risa de mis dos hijos. El mayor se llama Julio César como yo y tiene 14 años. Y el menor, Julio Andrés, tiene 5 años.

 

¿Vive con ellos?

No, estoy separado y los niños viven en Cartagena con su mamá que se llama Argenis.

 

Cuando vivía con su esposa, ¿qué opinaba de su trabajo?

Bueno en los 20 años, el tiempo que estuve con ella, trataba al máximo de no comentarle mis casos a nivel nacional, porque donde hay desorden público y donde hay afectación con artefactos explosivos improvisados, somos enviados a apoyar a los compañeros en esos sitios.

 

¿Cuáles son las zonas del país donde con mayor frecuencia desactiva bombas?

Tibú, Norte de Santander, Saravena en Arauca, Chocó, Villavicencio y, últimamente, hemos estado atendiendo muchos casos en Bogotá, porque después de las dos bombas del jueves 2 de julio, la ciudadanía alimenta un ambiente de sospecha frente a cualquier caja o cualquier bolsa en la calle.

 

¿Sus hijos saben lo que su papá hace?

Cuando vamos a los centros comerciales a exponer nuestro trabajo a la ciudadanía, mis hijos me ven manipulando los robots con los que desactivamos bombas. Ese es el concepto que tienen de mi trabajo, que su papá es el que maneja los robots.

 

¿Quisiera que alguno de ellos siguiera sus pasos?

¿De explosivos? Sí, me gustaría. Mi hijo mayor es muy analítico y muy cercano a la tecnología y sé que le iría muy bien en la parte operativa de los robots. Cuando yo era  joven el juego de uno era correr detrás de un balón. Ellos están mucho más adelante de nosotros en todo lo que sea información y tecnología. 

 

¿En qué momento de su vida decidió hacer lo que hace?

Desde el 97 trabajaba buscando bombas pero con los perros, trabajaba muy de la mano de los técnicos en explosivos, y veía que lo que ellos hacían no era solamente llegar y cortar unos cables, sino que tocaba sentarse a analizar para tomar la mejor decisión. Y como me ha gustado siempre pensar mucho y analizar cada situación, decidí que ese era mi futuro.

 

Llegar a la bomba, lo más difícil

¿Qué es lo más complicado de su trabajo?

Lo más complejo es acercarse al artefacto. Porque no sabes qué clase de artefacto es, si es temporizado, si es con celular, si es con un radio. El terrorista, por ejemplo, ha puesto 20 minutos para detonar la bomba, y tu llegaste exactamente al frente cuando se cumplieron los minutos, eso es lo más difícil.

 

 ¿Y  en promedio, cuánto dura aproximándose a un artefacto?

Con una buena planeación, una hora y media. Tiempo que se gasta descartando amenazas. Hay que analizar la zona, abrir un perímetro de seguridad, activar los bloqueadores de frecuencia, ver quien está en las ventanas, y si es en el monte controlar el área de francotiradores, buscar un posible artefacto secundario y calcular cuál es la mejor posición para atacar el artefacto.

 

¿Usted tiene su manera de tranquilizarse cuando está acercándose a una bomba?

Pienso en mis hijos, lo he hecho y me ha dado resultado también con los compañeros. Hay algunos muy tercos o el mismo acelere de querer ir a trabajar los pone locos. Lo mejor en estos casos es recordarles a los hijos. O para no ser tan directos, hacerles un comentario jocoso como: ‘uno no puede dejar a la mujer con pensión y con novio nuevo’. Entonces, ya la adrenalina baja a cero y el compañero acepta que vaya otro.

 

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¿Una bomba difícil?

Esta que tengo a mi lado. La trabajamos en Saravena, Arauca, vía Cubará, en noviembre del año pasado, con tres unidades de aquí de Dijín, con el subintendente Gutiérrez, el subintendente  Zambrano y yo, que era el sargento más antiguo que iba de jefe del dispositivo. Lo habían dejado debajo de un puente y la idea era atentar contra los tanques blindados del ejército. Tenía 113 kilos de explosivos a base de nitrato de amonio con una mezcla de aluminio en polvo, que es lo que le da potencia a la detonación. Nos llevaron en helicóptero con el robot  T5 que tenemos, de tecnología canadiense. Duramos más o menos 7 horas trabajando en el caso.

 

¿Siete horas dándole vueltas a una bomba?

La situación era que estaba en toda la mitad del puente y alrededor tenía mucha roca, entonces no sabe uno si tiene trampas o si tiene un sistema de activación adicional. Por eso nos demoramos siete horas.

 

¿Y el explosivo en forma de balón que se exhibe detrás suyo?

Fue una bomba que desactivamos cerca a Carmen de Bolívar, fue muy curioso porque eran dos minas antipersona, y una la había encontrado una familia de una finca, y la tenía de adorno en la cocina.

 

¿Una bomba decorando una cocina?

Una semana estuvo en una especie de estante encima del fogón de leña. Llegamos, miramos y les explicamos que eso era una bomba.

 

Zona de miedo

¿Le gustan las películas sobre su oficio? ¿Vio Zona de miedo?

Sí, me gustan, y esa me la he visto cuatro veces.

 

¿Por qué la repitió?

Porque uno ve la otra cara de la moneda, de que no es simplemente llegar al dilema de cuál cable corto, ¿el azul o el rojo?, sino que hay mucha más táctica.

 

¿Lo del azul y el rojo es cuento chino?

No, eso no tiene nada que ver. Como instructor del cursos de explosivos, yo solo pongo cables blancos en la bomba didáctica que les hago a los muchachos para que ellos la desactiven. Hay que saber qué es un relevo, que si corta los relevos hay dos baterías, que si corta un cable esta batería va a pasar la corriente al otro lado, entonces tú tienes que saber qué parte del circuito tienes que atacar. 

 

¿Algo que no le guste del film Zona de miedo?

El que está haciendo el papel de técnico en explosivos es un poco agresivo, acelerado y loco, y no, acá los 150 técnicos que estamos a nivel nacional somos unos hermanos alegres y cuando salimos de comisión a zonas de orden público, siempre tenemos ganas de volver a nuestras casas. Hay decisiones que son personales al momento de desactivar una bomba, pero sin llegar al extremo de querer meterse sin protección ni nada. 

 

¿Hay 150 como usted?

Sí, somos 150 entre los 180.000 policías promedio que hay en Colombia. En cada departamento mínimo hay dos muchachos.

 

"Me encanta lo que hago"

¿Cómo son sus horarios?

Aquí normalmente trabajamos de 7 de la mañana a 7 de la noche, es el horario, pero prestamos una disponibilidad de 24 horas. Dos técnicos siempre tienen que estar aquí pendientes. Descansamos un fin de semana, otro no, uno sí y el otro no.

 

Si pudiera, ¿cambiaría de trabajo?

No, soy feliz aquí en mi policía.

 

¿Le gusta lo que hace?

Me encanta lo que hago, es de familia. Mi abuelo fue marino del Pichincha de la antigua naval; mi papá fue agente, ya está con asignación de retiro. Tengo dos hermanos que son patrulleros, mi hermano mayor es sargento primero de la Infantería Marina y yo. Somos cuatro varones sirviéndole a la patria.

 

¿Después de desactivar una bomba qué es lo primero que hace cuando llega a su casa? 

Lo primero es quitarme este uniforme y más cuando uno trabaja con explosivos, queda como ese aroma.

 

¿A qué huele una bomba?

Cada explosivo tiene su olor característico, como el nitrato de anfo, que es una mezcla de nitrato de amonio más diésel, que  tiene un olor a ACPM; o, de pronto, la mecha de seguridad, que es pólvora cubierta con un plástico, cuando uno la prende es un humo muy penetrante y se queda impregnado en la ropa.

 

En su profesión, ¿qué se gana con los años y qué se pierde? 

Digamos que se gana mucho conocimiento y tranquilidad en el campo de explosivos, y con los años el traje pesa un poco más.

 

¿Cuánto pesa ese traje?

Más o menos 55 kilos, pero uno se vuelve más zorro y trabaja mejor dentro de ese traje. Ya con el tiempo utiliza uno mejor el oxígeno que recibe del casco y los pasos se dan con más tranquilidad.

 

Los técnicos en explosivos, ¿se encomiendan a algún santo en especial?

Yo, personalmente, no soy de santos, voy directamente con el jefe y le pido que me cuide.

 

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Fotos: David Schwarz

Por Jairo Dueñas

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