Mery Ann Rico quiere ser almirante

De las montañas de Duitama salió esta mujer con alma de marinera, la única en Colombia comandante de un buque de guerra con diez hombres bajo su mando ¡Y quiere ser almirante!

Por Redacción Cromos

03 de marzo de 2011

Mery Ann Rico quiere ser almirante
Mery Ann Rico quiere ser almirante

Mery Ann Rico quiere ser almirante

La primera vez que la teniente Mery Ann Rico salió a patrullar con su uniforme azul, su fusil y su pistola, se sintió extraña. Su presencia no pasó inadvertida entre la gente de Sapzurro, un pequeño caserío de no más de 300 habitantes en la zona turística de Chocó, que estaba acostumbrada a ver solo hombres a bordo de las naves de la Armada que patrullaban la zona. Ella intentó actuar con naturalidad a pesar de las miradas que la escrutaban y los susurros que la perseguían, pero sabía que se tendría que acostumbrar a este y otros avatares por ser la comandante de una decena de hombres en altamar.

Esa primera misión como comandante del ARC Cabo de la Vela la llevó al extremo más occidental de la Costa Caribe, conocido como Cabo Tiburón, justo donde empieza la frontera con Panamá, pero su jurisdicción va hasta Punta Gallinas, en La Guajira. Eso significa que debe cumplir operativos a lo largo de los 1.600 kilómetros de costa caribeña.

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La comandante Rico está al frente de una embarcación que tiene 28 metros de eslora y doce tripulantes, contando con ella y su segunda comandante. Cada misión dura entre 20 y 25 días, en promedio, y consiste en patrullar cazando narcotraficantes, contrabandistas, pescadores ilegales, asaltantes y, en general, todo tipo de delincuentes.

El buque solo atraca para reabastecerse de agua, víveres y combustible. Cuando necesita mantenimiento, sus estancias en tierra son más largas y son aprovechadas por ella y su tripulación para salir de permiso, cumplir con citas médicas o visitar a sus familias.

Durante estos días, la teniente Rico solo alcanza a verse con su novio, un oficial de la Armada de quien prefiere no dar más datos. Su familia está lejos, algo así como a 800 kilómetros, en Duitama, Boyacá. De allá salió ella hace siete años con el sueño de ser la primera mujer almirante.

El cambio fue radical: de estudiar en un colegio femenino, incrustado entre las frías montañas boyacenses, a más de 2.500 metros de altura, pasó a la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla de Cartagena, a estudiar con más de 300 hombres y apenas un puñado de mujeres.

Con ella se presentaron casi 1.000 y después del proceso de selección, apenas 15 accedieron al curso de oficiales y solo ocho siguen hoy su carrera. Mery Ann es la primera, de las 87 que están en línea de mando, en llegar a comandar un buque de guerra. Incluso ha superado a mujeres con más antigüedad.

No es muy expresiva, como buena boyacense, y es muy cerrada, como todos los militares, así que cuando se le pregunta por qué ella sí ha logrado llegar a semejante cargo, responde corto: “Tal vez por mi desempeño”. Eso significa que ha cumplido de manera sobresaliente sus labores, primero en el ARC Caldas y luego como guardacostas y jefe de operaciones en Urabá.

El Caldas es una fragata misilera que tiene casi un centenar de personas en su tripulación. Allí Mery Ann dirigió la división de navegación y comunicaciones, fue jefe de cubierta y apoyo aeronaval, o sea, la encargada de dirigir las maniobras de toda la unidad y controlar la llegada y salida de aviones y helicópteros. Luego fue la encargada del manejo de la artillería y los misiles. En los últimos meses dirigió las operaciones de la Estación de Guardacostas de Urabá y fue comandante de la Estación de Sapzurro.

Todo un reto para una mujer que del mar solo conocía las historias que su abuelo, un suboficial de la Armada, le contaba. Por él, Mery aprendió a soñar con las historias de piratas y corsarios modernos. La niña, de apenas nueve años, quería sentir la brisa marina en lugar del viento helado boyacense, quería dormirse arrullada con el sonsonete de las olas y no con el canto de los toches o bávaros que sobrevolaban el alto del Chicamocha.

Apenas dejó la falda de colegiala se fue en busca del uniforme blanco que lucía su abuelo en las fotos. Siguió los cuatro años de curso en la Escuela hasta graduarse en 2008. “A nosotras nos tratan igual. Tenemos que pasar las mismas pruebas físicas que los hombres”.

Y está feliz de que así sea. “No tiene por qué ser diferente”, explica. ¿Cómo reclamar respeto si tienen un trato diferencial? En ese camino, desde la Escuela Naval hasta hoy, ella no ha temido mandar sobre los hombres.

Sabe que no es fácil para muchos recibir las órdenes y cumplirlas sin chistar, como toca en la milicia, pero nunca ha sido víctima de una insubordinación. A veces nota miradas de resistencia, pero las ignora y sigue impartiendo órdenes. Parece un tanto difícil que le hagan caso. Es mujer y su tono de voz no es fuerte, pero con sus 1,75 de estatura logra imponerse. “Tengo que inspirar respeto con el ejemplo. Todo el tiempo hay que probar que tenemos las mismas capacidades que ellos”.

Su mano derecha en el buque es la teniente Carolina González, segunda comandante, encargada de que sus órdenes se cumplan. Se siente más cómoda con una mujer en ese cargo. Como no hay camarotes individuales, puede compartir alojamiento con ella. Estos barcos están hechos para personas de un mismo sexo.

Para cumplir el sueño de ser almirante le faltan cerca de 25 años, pero ella no tiene afán. Sabe que está haciendo historia en la Armada, que hace parte de ese 4% de mujeres oficiales que están en la línea de mando, sin contar con las 262 que cumplen labores administrativas. Y sabe que el cambio seguirá: mientras con ella entraron 15 mujeres a la Escuela en 2004, este año ingresaron 49.

Por Redacción Cromos

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