"No dejo de sentir vacío, hay demasiadas expectativas": Claudia Luque, esposa de Óscar Naranjo

Licenciada en educación y madre de dos hijas, ha tenido que aprender a vivir al ritmo de la de la Policía y ahora, de la política.

Por Mariana Suárez Rueda

07 de abril de 2017

"No dejo de sentir vacío, hay demasiadas expectativas": Claudia Luque, esposa de Óscar Naranjo
Claudia Luque, esposa de Óscar Naranjo

Claudia Luque, esposa de Óscar Naranjo

Mientras conversábamos revisaba de vez en cuando el celular. En el Senado se estaba votando si su esposo, Óscar Naranjo, sería el nuevo vicepresidente de la República. Una noticia que le cayó de sorpresa y por la que todavía no deja de sentir vacío en el estómago. Este fin de semana dormirá por primera vez en el que será su hogar durante los próximos 17 meses. Y, como siempre, como ha aprendido a hacerlo durante toda su vida, tratará de echar raíces. Para esta nueva etapa, que jamás estuvo entre sus cuentas, se llevará algunos portarretratos –con la ilusión de que la hagan sentir como en casa–. 

 

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Desde niña, Claudia Luque se acostumbró a ir de un lado a otro, a hacer nuevos amigos, a terminar los grados escolares en colegios diferentes, a adaptarse a los cambios sin protestar. Y tuvo que hacerlo, no solo porque su papá, José Ignacio Luque, era oficial de la Policía, sino porque su mamá, Marina Peñalosa, los dejó solos muy pronto. Tenía nueve años, su hermano siete y su hermana dos cuando murió en un accidente de tránsito. Y aunque su padre se casó nuevamente con una tía, Claudia se sintió mamá desde que la suya faltó. 

 


A los 13 años conoció a Óscar Naranjo. Fue en Neiva en unas fiestas del bambuco. Hablaron de El Principito, de Juan Salvador Gaviota, de lo que les depararía la vida cuando fueran grandes. Él estaba en la selección nacional de voleibol, tenía el pelo largo y, a pesar de que su papá pertenecía a la Policía, sus aspiraciones en ese momento no tenían nada que ver con ponerse un uniforme. Tal vez por eso, cuando volvieron a encontrarse, Claudia no pudo ocultar su asombro al enterarse de que se había graduado de subteniente. 

 


"Claudia no es capaz de llevar ese ritmo de la Policía". Con esas palabras recibió su padre a Óscar Naranjo una noche en la que llegó a recogerla para salir. "Están muy jóvenes", siguió, para luego informarle que la enviaría a estudiar fuera del país. Durante un año largo estuvo en París formándose como licenciada en educación preescolar. Entre tanto, ese joven del que se había enamorado viajaba a bordo del buque Gloria. Sus padres la mantenían al tanto del trayecto y de los puertos en los que paraba su hijo. Ella le escribía. Las cartas, sin embargo, nunca llegaron a su destino. "Fue un momento muy duro. Jamás creyó que le escribí".

 


Antes de que se fueran a México, después de que Naranjo se retiró de la Policía y aceptó asesorar al gobierno de Enrique Peña Nieto –para quien creó, de la mano del Tecnológico de Monterrey, el primer instituto latinoamericano de ciudadanía–, su padre vivió con ellos cinco años. Sin embargo, ese hombre enérgico y autoritario, que la mandó a Europa para que no terminara casada con un uniformado, habita ahora su propio mundo. Sus días se van resolviendo sopas de letras, recortando periódicos y pegando noticias en un cuaderno. Está en la casa de su otra hija, muy cerca de donde hasta hace unos días vivía Claudia. Quizá, saber que ahora tendrá que atravesar la ciudad para verlos –ya no simplemente la calle– es otro de los motivos que hace que ese vacío en el estómago se prolongue. 

 

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A los 13 años, Claudia Luque conoció a Óscar Naranjo. Él estaba en la selección nacional de voleibol, tenía el pelo largo y entre sus aspiraciones no estaba la de ser Policía. 

 

Vida de gitanos

 


Marina, su hija mayor tenía seis meses. Acababan de trastearse a un apartamento al noroccidente de Bogotá. Ni siquiera les habían instalado el teléfono. El conductor subió de repente a pedirle que le mandara a su esposo una maleta con ropa para tierra caliente y para tierra fría. Extrañada bajó a la cabina telefónica a llamarlo. Él le confirmó su petición y en tono sereno le dijo que era un viaje corto, que regresaría pronto. Esa noche, un superior apareció en la puerta. El mundo se le vino al piso. Por un instante, Claudia creyó que algo había pasado. Esa visita, sin embargo, era para comunicarle que al día siguiente pasarían a buscarla y debía tener todo empacado. Se mudarían a la Escuela General Santander. 

 


El viaje relámpago de Naranjo era en realidad una misión: llevar a Estados Unidos al primer extraditable. Una corona fúnebre llegó esa mañana a su casa. Una advertencia que, como muchas otras, Claudia no conoció sino tiempo después. 

 


La zozobra que se vivía en el país durante la época de Pablo Escobar los alentó a no decirles a sus niñas, de tres y seis años, a qué se dedicaba su papá. Como trabajaba en inteligencia, nunca tenía uniforme, así que más que una mentira se trató, en realidad, de una omisión. Pero un día, María Claudia, la menor, le preguntó por qué se había disfrazado de policía si ya había pasado Halloween. Justo iba para una ceremonia de ascenso y se detuvo a explicarle la verdad. 

 


"Esa chiquita empezó a tener pesadillas, miedo. Tuvimos que meterla a psicoterapia porque se convirtió en una situación muy difícil. En ese momento, Escobar ofrecía dos millones de pesos por policía". Y las amenazas no cesaron por un buen tiempo. Madrid, Buenos Aires y Londres fueron algunas de las ciudades en las que se refugiaron. Vivían como si fueran estudiantes. Él asistía a cursos de inteligencia, criminalística y seguridad, y ellas disfrutaban por fin de su presencia en casa. De la normalidad. 

 


Aunque finalmente se graduó como licenciada en educación preescolar en Bogotá, Claudia siempre tuvo claro que ejercer su profesión sería prácticamente imposible. Nunca permanecían mucho tiempo en la misma ciudad. Los primeros años de matrimonio los traslados de Óscar Naranjo eran de puesto y en Bogotá, luego vendrían las mudanzas constantes de país. "Cuando uno es hijo de un oficial sabe que es como una especie de gitano, que va de un lado al otro. Y, conociendo cómo es la vida de un policía, no era extraño compartir la mía con él. El año pasado cumplimos 35 años juntos y hemos sido bastante felices". 

 

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El pasado jueves 30 de marzo, Óscar Naranjo se posesionó como nuevo vicepresidente de la República. En la ceremonia lo acompañaron su esposa, Claudia, y sus dos hijas, María Claudia y Marina. 

 

Sobrevivir al cáncer

 


Fue un chequeo de rutina. Una mamografía que tuvo que repetirse sin mayores sospechas. Tenía 42 años y, aunque el traslado a Cali no fue fácil para ninguno de los cuatro –sus hijas no querían dejar el colegio ni a sus amigos, y Naranjo atravesaba un complejo momento profesional–, ella trataba de adaptarse con ilusión. La noticia la recibió un jueves y el sábado entró a la sala de cirugía. 

 


"Calcificaciones múltiples sospechosas", decían los resultados del examen. Luego todo pasó muy rápido. La remitieron al oncólogo y le explicaron que tenía cáncer de seno. Corrió con suerte. No solo lo descubrieron a tiempo, estaba encapsulado. En un mes se había recuperado de la operación. No hubo necesidad de quimio ni radioterapia. Pero la conciencia de esa segunda oportunidad, del regalo que es la vida, se agudizaría hasta hoy. Por eso promovió, al interior de la Policía y entre los familiares de los uniformados, campañas de prevención de esta enfermedad, mensajes relacionados con la importancia que es tratarla a tiempo y detectarla antes de que sea demasiado tarde.

 


En 2002 regresaron a Bogotá y cinco años más tarde su esposo fue ascendido a la dirección de la Policía Nacional. Sus hijas entraron a la universidad a estudiar Ciencia Política. Claudia se dedicó de lleno a las obras sociales, al hospital de la Policía. Intentó mejorar la calidad de vida de los hombres y las mujeres que servían para la institución encabezada por su compañero de vida, con quien contrajo matrimonio el 4 de diciembre de 1981, 11 meses después de que lo hubieran decidido. Su padre les pidió que esperaran ese tiempo si en realidad querían estar juntos.

 

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“A veces, cuando miro atrás, me sorprende cómo era de valiente. Si tuviera que repetirlo no estoy segura de que pudiera hacerlo otra vez”.

 

Amenaza de secuestro 

 


Solamente le faltaba la práctica y la tesis para graduarse de la Universidad Javeriana. Esa noche estaban discutiendo las opciones que había contemplado para esos dos semestres. “Óscar estaba raro, nervioso, cuando en realidad es una persona tranquila”. De repente, recuerda, interrumpió la conversación para decirle a Marina que no podía seguir estudiando. 

 


Ninguna entendía porque hacía semejante afirmación. “Fue un informante. Le habían dado plata para secuestrarla. Tenía fotos de los salones de clase, del carro, de las amigas. 'Maris no puede volver', nos repetía”. Al día siguiente, presentó escoltada el parcial que le faltaba. Al otro día ya estaba en un avión con su mamá rumbo al exterior. Claudia la instaló con ayuda de unos amigos en Estados Unidos y luego regresó.

 


Marina todavía no ha vuelto del todo al país. Está terminando su maestría y tal vez se anime a acompañar a sus padres unos meses. Claudia está ilusionada con la idea. Y es que la forma en le tocó salir de la casa fue tan brusca que, en varias oportunidades, ha sentido la necesidad de vivir nuevamente con ellos, de tenerlos cerquita. Lo hizo en México, en donde se convirtió en la mano derecha de su papá. También en Estados Unidos, tan pronto Naranjo se retiró de la dirección de la Policía y pasó una corta temporada en eventos de despedida y homenajes.

 

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Claudia Luque y Óscar Naranjo se casaron el 4 de diciembre de 1981. A los cuatro años nació su primera hija.

 

Como la tortuga

 


Con los años, Claudia Luque se ha permitido ser más frágil. Ya no opone resistencia y deja que las lágrimas broten de sus ojos cuando habla de su mamá, de las muchas veces en las que tuvo que dejar su casa abrazada a sus niñas –por cuenta de las amenazas y la esencia del trabajo de su esposo–, del cansancio que a veces la agobia por tener que seguir un ritmo de vida que no desacelera. 

 


“A veces, cuando miro atrás, me sorprende cómo era de valiente. Si tuviera que repetirlo no estoy segura que pudiera hacerlo otra vez”. Por ahora está concentrada en lo que será esta nueva y corta etapa de sus vidas. Claro que hoy su caparazón está duro. “Me he vuelto como las tortugas. Ya no me tomo nada personal y esos comentarios que no son tan chéveres simplemente dejo que salgan”. 

 


Estaban de vacaciones cuando el presidente Santos hizo oficial la postulación de Naranjo como nuevo vicepresidente. Lo que pensó que eran rumores sin fundamento se convirtió en una realidad que todavía no ha terminado de asimilar. “Me parece muy honorífico cómo va a terminar su carrera pública, porque han sido 40 años de servicio, pero no dejo de sentir vacío. Hay demasiadas expectativas y es un tiempo muy corto”.

 

 

A trabajar por la primera infancia

 


A Claudia Luque siempre le gustaron los niños. Tiene claro que de las oportunidades que se le den a la niñez dependerá la construcción de un país mejor. Pero por sus constantes traslados nunca pudo ejercer como licenciada en educación preescolar. “Me dediqué de lleno a las niñas, que fueron muy esperadas y deseadas porque hasta los cuatro años de casados nació la mayor”. Durante estos 17 meses que su esposo estará en la vicepresidencia, acompañará a María Clemencia Rodríguez de Santos en su trabajo por consolidar lo que comenzó como una estrategia y hoy ya es ley de la República: De Cero a Siempre. Un programa de atención integral a los menores de cinco años a lo largo y ancho del territorio nacional. 

 

 

Fotos: David Schwarz. 

Producción General: María Angélica Camacho.

Maquillaje y Peinado: Enrique Trujillo, Trujillo y Borja.

Asistente fotografía: Jonathan Fabrice Edery.

Por Mariana Suárez Rueda

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