Víctor Gaviria

El director de La vendedora de rosas, que recibió el premio Mayahuel en el pasado Festival de Cine de Guadalajara, se declara como un retratista de personajes anónimos y dirigido por el azar.

Por Redacción Cromos

30 de marzo de 2009

Víctor Gaviria
Víctor Gaviria

Víctor Gaviria

¿Quién lo dirige?

El azar.

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¿Con qué personaje del cine se identifica?

Con el L. B. Jefferies, el personaje de La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock.

¿Cuál es el peor consejo que le han dado?

Que haga una película de alguien por encargo, me metí a hacerla y fue un fracaso.

La película que no haría.

Una comercial.

¿Cuál es el pecado que aún no ha confesado?

Muchos, el alma de un hombre está llena de cosas inconfesables.

¿A cuál director le daría un Oscar?

A Ousmane Sembène, muerto el año pasado, y a más directores africanos.

¿Cuál es su mentira más grande?

Ya voy…

¿Qué quiere que diga su epitafio?

“Aquí está el que dio su voluntad por sus amigos”.

La peor expresión de miseria.

El homicidio.

¿Cuál es la persona viva que más admira?

Gabriel García Márquez.

¿Qué personaje público no soporta?

Jota Mario Valencia.

El actor de su niñez.

Jerry Lewis en todas las comedias que vi en matiné.

Su mayor locura.

Dedicarme al cine.

¿Qué les envidia a las mujeres?

Su claridad para saber lo que quieren y siempre ser conscientes de dónde están.

Su director favorito.

Vittorio de Sica.

A qué actor o actriz le gustaría dirigir.

Margarita Rosa de Francisco y Flora Martínez.

Un director colombiano para tener en cuenta.

Jorge Navas.

Un título para su autobiografía.

“El hombre que nunca estuvo”.

Una película que no se cansa de ver.

El ladrón de bicicletas.

¿Cuándo maldice?

Nunca.

¿Qué música le gusta bailar?

Salsa.

Algo para inspirarse…

Todo lo que es estimulante.

La crítica que más le ha gustado.

Una de Luis Alberto Álvarez que decía que yo era un director amateur y que nunca perdiera eso.

¿Y la que más le ha dolido?

Una de Pablo Montoya que decía que Sumas y restas era una película que no tenía personajes.

¿Cuál momento de su vida repetiría?

El rodaje de La vendedora de rosas.

¿Qué cita se quedó sin cumplir?

Una que me hizo por teléfono Bernardo Bertolucci, me dijo que fuera a Roma a visitarlo. Lo prometí y nunca fui, y siempre lo lamento.

¿Qué mandamiento le gustaría cambiar?

Ninguno.

¿Cómo le gustaría morir?

Dormido.

¿Qué lo enamora?

Que se enamoren de mí.

A qué le tiene miedo.

A estas entrevistas.

¿Qué esconde la calle?

La libertad enorme que hay en la miseria y que casi nadie conoce.

La historia de qué personaje le gustaría dirigir.

La de Peralta, el de A la diestra de Dios padre, de Tomás Carrasquilla.

Un vicio...

Pasar la noche dando vueltas por la ciudad.

Su mayor frustración.

Haber hecho sólo tres largometrajes.

El mejor lugar para vivir.

Donde estén mis hijos.

Algo inútil en la vida.

Los cocteles y saludar a todo el mundo allí.

¿Qué insulto disfruta diciendo?

Perro hijueputa.

¿Qué lo hace llorar?

No haber estado en momentos importantes de mis hijos.

Un amor platónico.

Una niña de la cuadra que se llamaba Claudia Ossa, no volví a verla desde que tenía 11 años.

¿Qué no perdona?

Que le coqueteen a mi mujer.

¿Qué resta y qué suma?

Sumo lo que he aprendido y me resta el hecho de esperar tantos años para hacer una película.

¿Para qué hace cine?

Para hacer retratos imperecederos de personas anónimas pero con gran vitalidad e inteligencia.

¿Prefiere ir al cielo o al infierno?

Quiero ir al paraíso.

¿Y dónde está el paraíso?

En el sexo.

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